viernes, 23 de marzo de 2012

Las bases del Imperio carolingio


El Imperio carolingio, vigente desde la segunda mitad del siglo VIII hasta la primera mitad del IX, aparece como una excepción notable en la historia de la Edad Media.

Desde el siglo III era evidente en toda Europa occidental una depresión demográfica y económica, que en última instancia desencadenó la quiebra del Imperio romano. Como hemos visto en otros posts, éste se disolvió en una serie de poderes locales (obispados, aristocracias romano-germánicas, etc.), formalmente culminados por las nuevas monarquías de origen bárbaro (visigodos, anglosajones, francos, etc.).

La depresión demográfica, la autarquía económica y la consiguiente preeminencia de la propiedad inmobiliaria brindaban pocas opciones de expansión a las monarquías centrales. Sus resultados obvios eran la descentralización política y la protofeudalización. Sólo a partir del siglo XI, coincidiendo con una nueva coyuntura demográfica y económica, empezará una lenta consolidación basada en las economías militares de escala y en la alianza entre ciudades y monarquía (lo que permitía a esta última obtener ingresos líquidos a cambio de privilegios comerciales). La culminación de este proceso son las monarquías autoritarias y absolutas de la Edad Moderna.

Así pues, la emergencia del Imperio carolingio en el siglo VIII parece una excepción inexplicable. ¿Cuáles son sus bases estructurales?

A nivel político, está formado por unos 300 condados elegidos y revocables por el emperador, así como varias marcas en los territorios fronterizos (Hispania, Sajonia, Panonia, Bretaña). Cada región conserva sus propias leyes, y los impuestos directos de época romana han desaparecido casi completamente. El emperador sólo obtenía ingresos de las rentas de sus dominios (tierras fiscales), de las multas judiciales (las freda), de las multas militares y de impuestos indirectos sobre un escaso comercio*. La administración palatina envía periódicamente por el Imperio a unos agentes reales (missi dominici) encargados de corregir los abusos de condes y marqueses, de impartir justicia y de proponer sanciones. Pero eso es todo.

El Estado consiste en una pirámide de relaciones vasalláticas culminadas en el emperador. Éste emplea sus dominios reales (tierras fiscales) para concederlos a sus vasallos, que a cambio le deben lealtad y obediencia, si bien las tierras vuelven a manos del emperador a la muerte de éstos. De ese modo, se forma un grupo de vasallos reales (vassi dominici) que acompañan al monarca en todas sus campañas. Todos los hombres libres tienen obligación de prestar un servicio militar, pero en la práctica sólo se convoca a quienes habitan cerca de la región donde se va a luchar. Esto implica que las economías militares de escala son escasas, puesto que las regiones fronterizas no se benefician del potencial militar del conjunto del imperio (salvo en lo que se refiere a los vasallos directos del rey).

Dado que el Imperio carolingio no proporciona economías significativas (a nivel de escala o de costes de transacción), su existencia fugaz debe apoyarse en una circunstancia excepcional.

El emperador debe su poder a la guerra: gracias a ella amplía con frecuencia sus dominios reales (tierras fiscales), que así puede repartir entre más guerreros, ampliando la nómina de vasallos a su servicio. A su vez, los éxitos militares en sí mismos atraen a nuevos caballeros bajo su servicio con la perspectiva de obtener botín. Pero cuando las conquistas se estancan, el número de vasallos tiende a reducirse, o bien éstos tienden a independizarse: al morir los vasallos, sus propiedades retornan al dominio real y sus descendientes se desligan del emperador; o bien los descendientes de los vasallos presionan al monarca para que se les conceda la misma tierra en plena propiedad, dado que ya no pueden obtener nuevos dominios en el extranjero. En ambos casos, el poder central se reduce.

Así pues, el Imperio carolingio debe su existencia a las oportunidades de conquista en las fronteras del núcleo del reino franco (Aquitania, Baviera, Bretaña, Sajonia, Lombardía, norte de Hispania, etc.), donde sus enemigos eran técnicamente inferiores**. Dado que los dominios reales aumentaban en mayor medida que los de sus vasallos a cada conquista***, los éxitos militares pusieron en marcha una retroalimentación positiva entre conquistas, dominios reales, número de vasallos y poder imperial que cesó tan rápidamente como se alcanzaron territorios demasiado lejanos o demasiado difíciles de doblegar.

La nobleza local, reforzada por la adquisición a perpetuidad de sus honores y beneficios (en suma, tierras), tendió a fomentar las luchas dinásticas por el acceso al trono, donde apoyaba a unos u otros candidatos a cambio de obtener nuevos dominios. Así, Carlos el Calvo (840-877) distribuyó cuatro veces más tierras fiscales que Carlomagno.

El pacto de Verdún (843), las guerras civiles, las invasiones vikingas y las razzias musulmanas pondrán el punto y final a los sueños de unidad. Finalizada la experiencia imperial, y un vez equiparada toda Europa occidental a nivel técnico, daba comienzo la época feudal clásica.

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* El comercio es escaso respecto a épocas posteriores, pero no respecto a la época inmediatamente anterior. El imperio carolingio logró cierto excedente económico a través de la acuñación de plata y del movimiento interregional de bienes, que conectaba sobre todo por vía fluvial los diferentes centros de comercio.

** Una prueba de ello es que las principales exportaciónes del Imperio carolingio en dirección a los territorios del Norte y el Este de Europa consistían en armamento. De hecho, Carlomagno confiscó en alguna ocasión estas exportaciones por motivo de seguridad interna.

*** Esto es fácil de demostrar con un ejemplo sencillo. Supongamos que el territorio inicial franco está dividido en 4 áreas; 1 de ellas propiedad real y las otras 3, propiedad real cedida en usufructo a sus vasallos nobiliarios. Si el territorio aumenta de 4 a 6 áreas, el monarca puede ceder 3 propiedades para sus vasallos y conservar otras 3. Si vuelve a aumentar hasta 8 áreas, puede conservar 5 y ceder 3. Por último, si las conqusitas aumentan el territorio hasta 10 áreas, puede retener 7 y ceder 3. Así, las conquistas garantizan que el emperador pueda redistribuir 3 parcelas para mantener constante el número de vasallos, al tiempo que expande el dominio real directo en relación a los dominios de sus vasallos.