jueves, 24 de febrero de 2011

Los celtas: una aproximación


Algunos investigadores consideran que, en Historia, la comparación sincrónica y diacrónica puede sustituir al método experimental; después de todo, una muestra amplia de diferentes civilizaciones permite discernir las variables independientes, clave para entender los procesos sociales. Los celtas son una civilización especialmente fructífera en ese sentido, pues en ellos se aprecia el germen de muchos procesos e instituciones que, tiempo antes, habían culminado en la instauración de sociedades estatales en diversos puntos del globo, como Grecia e Italia.

I

En primer lugar, las definiciones. Los celtas fueron un pueblo bárbaro que, nacido al norte de los Alpes, entre los lagos suizos y el Alto Danubio, se extendió a gran parte de la Europa occidental: podemos seguir el rastro de sus carros de guerra (primero de cuatro ruedas, luego de dos) a través de la Galia, Bélgica, el norte de Italia, Britania e Irlanda, aunque también los encontramos en Hispania y, tardíamente, en Anatolia. Cronológicamente abarcan desde el siglo VIII a. C. hasta la conquista romana, finalizada en el I d. C., si bien pervivirán en la recóndita Irlanda hasta su definitiva cristianización durante la Edad Media. Su época de esplendor se sitúa entre los siglos V y IV a. C.

II

En segundo lugar, la geografía. La mayor parte del territorio celta se compone de superficies llanas, colinas de poca pendiente aptas para el cultivo, y praderas naturales, con frecuencia bañadas por caudalosos ríos. Éstos, además de fertilizar la tierra, facilitan el intercambio económico y cultural: a través del Danubio llega la influencia de los jinetes pónticos (entre ellos, los escitas), con sus carros de guerra y sus nuevas formas artísticas, al tiempo que el Ródano se convierte en la vía por excelencia de los comerciantes griegos que, asentados en Massilia (Marsella), traen el preciado vino mediterráneo a cambio de esclavos y metales preciosos, relativamente abundantes entre los celtas.









Por otro lado, las tribus asentadas en torno al Alto Danubio aprovechan su posición intermedia entre las grandes civilizaciones del Mediterráneo y la Europa nórdica para obtener grandes beneficios con el comercio del ámbar.

Continentales por excelencia, los celtas dieron la espalda al mar excepto en un punto: el estrecho Calais, aunque peligroso, vincula estrechamente a las islas británicas con los belgas y los galos del continente, que intercambian bienes, cultos, prácticas religiosas y hasta hombres (de hecho, a los druidas mismos). No obstante, el mundo céltico está mejor conectado por medios fluviales y terrestres: a pesar de los Alpes, vemos a grupos de guerreros atravesar las montañas para acudir en ayuda de los boii y los insubrii, asentados en la llanura del Po, en la batalla de Telamón (225 a. C.), al tiempo que observamos la influencia etrusca en regiones tan alejadas como Renania. Del mismo modo, el paso occidental de los Pirineos sirve a los inmigrantes para irrumpir en la meseta castellana y en la coordillera cantábrica.

III

Conforme a esto, inicialmente la mayor parte de la población vivía en cabañas dispersas a lo largo de los campos de cultivo, en muchos casos rodeadas por fosos individuales pensados para disuadir a las fieras -pues no eran un obstáculo serio para grupos humanos. Sin embargo, ya en época celta, quizás a causa del aumento de la población, los rendimientos agrícolas decrecientes y la consiguiente multiplicación de los conflictos, empiezan a surgir asentamientos fortificados en las colinas, que tienden a rodearse de varios fosos, murallas imponentes y entradas en forma de embudo. Se trata de los famosos oppida, ciudades-fortaleza donde reside el monarca acompañado de su familia, de sus sirvientes y de los artesanos.














Al contrario que en Mesopotamia, China y otras "civilizaciones hidráulicas", la geografía y el régimen de lluvias de la Europa templada ofrece pocas ventajas para la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas, lo que explica la tendencia a la descentralización en la explotación del territorio: el paisaje celta se nos presenta con una multitud de pequeñas granjas y parcelas (80 x 120 metros por término medio) dispersas a lo largo de la campiña; generalmente cerca de los oppida, a donde acude la población campesina en caso de ataques enemigos.

Cada granja familiar estaba equipada con grandes silos o tinajas para almacenar el excedente agrícola; presumiblemente con la intención de pasar el invierno y guardar las semillas para el año siguiente. Es muy probable que los grandes banquetes celtas, que tanto sorprendieron a los autores clásicos, tuvieran una función similar a la de los famosos potlatch: aunque la motivación inicial de los grupos anfitriones era señalizar su prosperidad, indirectamente permitían la redistribución del excedente agrícola y ganadero entre los invitados. Así, a largo plazo, mitigaban el riesgo de malas cosechas entre los distintos grupos, puesto que los más prósperos tenderían a compartir su excedente con los demás convocando nuevos banquetes.

IV

A partir de estas condiciones de subsistencia se erige la organización familiar, cuyo núcleo es la familia ampliada (fine, en Irlanda). Ésta vincula a los individuos a través de lazos de solidaridad que, como el potlatch, tienden a mitigar el riesgo de malas cosechas, enfermedades del ganado, etc. Podemos imaginar en su seno una economía basada en la reciprocidad, tal y como aparece en otros pueblos, donde los regalos mutuamente cancelados sustituyen a la oferta y la demanda. Las tierras pertenecen a la familia ampliada, que no puede enajenarlas, pues todo varón adulto tiene derecho a una parcela con la que sostener a su familia. En definitiva, nos hallamos ante una organización familiar basada en el control corporativo de la tierra; sobre esta base se explican el culto a los antepasados y otras creencias, que tienen como finalidad legitimar la apropiación de la tierra y reforzar la identidad del grupo. Sin duda, se trata de una articulación análoga a la que encontramos en otros pueblos indoeuropeos como la Roma arcaica, donde las tierras (heredium) pertenecen a la gens en su conjunto y son administradas por el pater familias.

Por encima de las familias ampliadas se encuentra la tribu (tuath en Irlanda), que ocupa un área bien delimitada por la topografía -ríos, montañas, etc. Como dice Henri Hubert, se trata de "la primera unidad social que se basta a sí misma", pues puede garantizar a sus miembros la defensa del territorio, al tiempo que no necesita buscar sus mujeres en el exterior.

V

Su estructura social es triple. En primer lugar encontramos a la nobleza guerrera (equites o caballeros, como los llama César), propietaria de los caballos y de los carros, que en la Galia gobierna a través de uno o más magistrados llamados vergobret. En cambio, en Bélgica, Aquitania y las Islas Británicas persiste la vieja institución de la monarquía, cuyas funciones están estrictamente limitadas por la costumbre y la religión: se encarga de convocar y liderar a las huestes tribales; organizar las empresas públicas, como la construcción de puentes y murallas; presidir las asambleas y velar por el buen funcionamiento del universo (natural y sobrenatural, a través de rituales mágico-religiosos), al tiempo que constituye una suerte de tribunal voluntario de última instancia. En cierto modo, se trata de un primus inter pares, similar al rex romano o al basileus griego.

En segundo lugar, encontramos a los druidas, una clase de magos, sacerdotes y sabios que, extraída de la nobleza, se encarga de la instrucción de los jóvenes, de las ceremonias mágico-religiosas y de otras funciones auxiliares. Son los encargados de interpretar las vísceras de los animales en los sacrificios; de conservar y transmitir la tradición oral y, en última instancia, de justificar el status quo y cohesionar a los distintos territorios del mundo celta a través de sus reuniones periódicas, como veremos más adelante.

Por debajo encontramos a la gran masa de plebeyos libres. Se trata, mayoritariamente, de agricultores y ganaderos, con frecuencia ambas cosas, que ocupan parcelas asignadas por la familia ampliada. Sin embargo, también encontramos una clase vigorosa de artesanos; se los puede encontrar en los oppida, elaborando broches, torques o zapatos para la aristocracia local; o bien en los caminos, de aldea en aldea, como fabricantes itinerantes al servicio del mejor postor. Igualmente, se aprecia una clase de mercaderes que distribuye los excedentes de comunidad en comunidad: así nos lo muestran los peajes que se establecían a lo largo de los ríos y los pasos de montaña.

Por último, encontramos un reducido grupo de personas o familias marginadas, carentes de derechos: esclavos, capturados como botín de guerra; familias desahuciadas, etc.

VI

En el apartado geográfico ya hemos visto cómo los celtas comerciaban en el Atlántico, a través del estrecho de Calais; y a lo largo de sus caudalosos ríos, como el Rin, el Danubio, el Po y el Ródano, por donde afluían las tinajas de vino, la sal, el ámbar y los metales preciosos, además de otras mercancías dedicadas a saciar la demanda regional. Es probable que parte de estos intercambios sean resultado, no de actividades mercantiles, sino de regalos mutuos entre las distintas aristocracias locales.

En cuanto al resto de la economía, cabe hacer algunas apreciaciones. La unidad básica de producción es la familia, tal y como vemos todavía en la Atenas de Pericles: las mujeres cuidan de los animales domésticos (cerdos, aves) y elaboran en casa los tejidos de lana; al tiempo que los hombres, ocupados en las actividades exteriores, proporcionan los alimentos básicos para la subsistencia (principalmente carne de buey u oveja, trigo y cebada).

Como decíamos antes, es probable que los excedentes circulasen entre las distintas familias a través de algún sistema de reciprocidad, si bien la economía céltica era capaz de sostener a una nutrida clase de artesanos y comerciantes que respondía a los estímulos del mercado: así, conocemos la existencia de artesanos itinerantes, transportistas fluviales e individuos emprendedores que, como narra la tradición irlandesa, podían cambiar fácilmente de oficio con la expectativa de mejorar sus condiciones de vida. Los trabajadores manuales disfrutaban de amplios derechos y privilegios, hasta el punto de que se intuye algún tipo de organización corporativa, similar a los collegia romanos o a los gremios medievales. Sin embargo, la descentralización política, combinada con un derecho consuetudinario relativamente homogéneo en toda la Europa celta, dejaba a los individuos una amplia libertad económica que en parte explica el status y la pericia de los artesanos célticos, inventores del tonel, la cota de malla y varias clases de herramientas.

Por otro lado, a lo largo del territorio celta se celebraban mercados y ferias periódicas, como las de Bibracte, a donde acudían las mercancías de territorios más o menos lejanos; la seguridad de los negociantes y de sus propiedades estaba garantizada por las treguas tribales y protecciones reales.

Si bien no acuñaron moneda legal hasta el siglo II a. C., los mercaderes tendieron a seleccionar espontáneamente los metales preciosos como patrón de cambio: primero en forma de lingotes de peso prefijado y, más tarde, en algunas regiones, en forma de barras-moneda, que probablemente tenían su origen en las espadas de hierro sin labrar, una mercancía que cumplía todas las funciones del dinero (gran capacidad de venta, divisibilidad, depósito de valor, etc.). No obstante, las transacciones cotidianas se realizaban a través del trueque o del patrón-ganado, como es habitual en las sociedades rurales.

VII

Legalmente, todos los hombres libres tenían un precio de honor; es decir, una valoración de su dignididad (prestigio o peso específico en la comunidad), directamente relacionado con su riqueza material, que servía para determinar la compensación que recibirían en caso de agravio. Aunque en época de la conquista romana estaban en proceso de constituirlo, los celtas desconocieron el Estado en sentido estricto. No había administración ni mecanismos públicos de cumplimiento de la ley, y la obtención de compensaciones por agravio era responsabilidad de la familia a la que pertenecían las partes enfrentadas.

Apesar de ello, los celtas [1] fueron capaces de garantizar cierta paz social a través de diversos mecanismos. En primer lugar, existía una clase de magistrados (llamados brithem en Irlanda) encargada de recitar la ley tradicional y de arbitrar en las disputas familiares. Como los linajes debían cargar en su conjunto con los costes de defender a sus agresores o vengar a sus víctimas, eran especialmente proclives a aceptar el arbitraje de los brithem, de los druidas o de los reyes. Una vez solicitado voluntariamente el arbitraje, desobedecer la sentencia judicial implicaba ser excluido de los sacrificios y privado del honor y de la sociedad normal, como bien nos dice César. Así, la responsabilidad familiar, la propia venerabilidad de la ley (y de sus ponentes) y el ostracismo eran incentivos suficientes para garantizar la estabilidad institucional.

En paralelo a los vínculos de parentesco existía la institución del clientelismo (célsine), que implicaba la asistencia armada y otros servicios por parte del cliente -normalmente, plebeyo- a su patrono -en general, noble-, a cambio de protección y ayuda material por parte del segundo, sin perder nada de su estatus independiente o de su derecho a poseer ganado y participación en la tierra. T. G. E. Powell nos advierte que esta institución, "por más que se complicara posteriormente, no debe confundirse con el feudalismo", pero es evidente que ambas responden a la misma necesidad: coordinar las actividades militares en ausencia de un Estado centralizado. Si la clientela céltica nunca fue tan opresiva como el feudalismo medieval se debe, sobre todo, a la ausencia de economías de escala: los carros de guerra se empleaban más para acudir y abandonar la batalla que para combatir en ella, y la panoplia básica, compuesta de un escudo, una espada y un par de lanzas, era accesible a todos los campesinos libres. Encontramos una situación parecida en la Roma arcaica; en la Grecia heroica de que nos habla Homero; y en el comitatus germánico.

VIII

La sociedad céltica se articula en torno a lo que Elman Service llamaría una jefatura; un estadio intermedio entre el igualitarismo de los primeros agricultores y la desigualdad bien institucionalizada de las sociedades estatales.

El origen de estas jefaturas debemos buscarlo en el crecimiento demográfico y los consiguientes conflictos fronterizos en torno a la posesión de recursos clave: las razzias periódicas, tal y como nos cuentan las fuentes, tenían como objetivo principal robar o recuperar algunas piezas de ganado, apoderarse de terrenos de pasto, etc. En ese contexto, existían fuertes incentivos para la aparición de liderazgos guerreros capaces de movilizar a la población con fines militares y de construcción defensiva (véase los oppida).

IX

Así, llegamos a uno de los aspectos más interesantes del mundo céltico: las relaciones intertribales. Con algunas novedades, estas reproducían a mayor escala las relaciones individuales que tenían lugar en el seno de la tribu: el parentesco y la clientela. Por un lado, las tribus parientes (descendientes de un antepasado común, real o ficticio) tendían a constituir alianzas frente al exterior, si bien existían pactos al margen de vínculos familiares. Así, las tres tibus gálatas de Asi Menor constituyeron una auténtica confederación tribal frente a los reinos helenísticos del área, articulándose en torno a una gran asamblea periódica celebrada en un robledal sagrado, el Drunemeton. Del mismo modo, los druidas galos se reunían en el bosque de los carnutes; y parece que en ambos casos se trataban cuestiones tanto religiosas como políticas. La institución druídica, dado su carácter pancéltico y sus reuniones periódicas a lo largo de todo el territorio, tendía a reforzar la identidad común de los celtas, estrechando vínculos entre regiones muy alejadas entre sí. Así, vemos a los britanos acoger a los refugiados galos que huían de la presión romana; a los gaesatae transalpinos cruzar los Alpes para socorrer a sus compatriotas italianos, los boii y los insubrii; o a Vercingetorix movilizar amplios contingentes de toda la Galia para combatir a Julio César. En cierto modo, el espíritu pancéltico es comparable al panhelenismo griego, cuya Anfictionía de Delos cumple un cometido similar a la asamblea de los carnutes [2]. No obstante, la forma de integración política más común consistía en pactos de clientela, donde las tribus más débiles recibían seguridad militar de las más fuertes a cambio de tributos y rehenes. De ese modo, las redes de clientela podían extenderse en épocas de crisis con cierta facilidad.

X

Finalmente, cabe hacer algunos comentarios sobre la religión. En el estadio de desarrollo de las fuerzas productivas en que se encontraban los celtas -similar al de otras sociedades antiguas, por otra parte-, los niveles de producción e incluso la propia subsistencia dependían de factores que escapaban al alcance del productor. Esa es la clave para entender toda una serie de ceremonias estacionales que, vinculadas a los ciclos agrícolas o ganaderos, daban lugar a los rituales y sacrificios druídicos. Los ríos y los lagos, divinizados, recibían periódicamente grandes ofrendas de armas y joyas, al tiempo que se aplacaba a los dioses de la fertilidad mediante sacrificios animales y humanos (por estrangulamiento, ahogamiento o quema) [3]. Del mismo modo, Plinio nos informa con detalle acerca de un rito de la fertilidad donde los druidas, después de cortar el muérdago de los robles, sacrificaban varios toros blancos.

Aunque los autores latinos trataron de reconstruir el panteón celta por analogía al panteón grecolatino, lo cierto es que sus dioses tenían un carácter tribal. De hecho, podemos apreciar en sus guerras fronterizas cierto carácter religioso, tal y como sucedía en Summer o en la Grecia homérica: cada unidad política tiene sus propios dioses, que interceden por la comunidad humana frente a sus enemigos. Cuando varias tribus forman una confederación, los dioses tienden al sincretismo o, lo que es más común, a asimilarse con el dios de la tribu más poderosa.

Sin embargo, es cierto que existieron algunos dioses muy extendidos en todo el mundo celta: Cernunnos, Lug y Epona, entre otros. Pero no existe un panteón bien definido que, como en las civilizaciones mediterráneas, proyecte en la esfera divina la división del trabajo que impera en el ámbito urbano y terrenal; los dioses celtas aglutinan funciones muy diversas, "muestran aspectos relativos tanto a la fertilidad como a la destrucción, y pueden ser simbolizados mediante el sol y la luna tanto como con el zoomorfismo y la topografía" (Powell, 1958).

Los héroes, ocupados como sus homólogos humanos en el rapto de ganado y en los grandes banquetes, refuerzan la idea de una sociedad guerrera donde se premian las actitudes agresivas, cuyo ideal consiste en una vida corta pero brillante y llena de hechos gloriosos.

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[1]: Como otras sociedades tribales: los romanos y los griegos antes que ellos, los árabes hasta tiempos de Mahoma, etc. Por ejemplo, en las leyes de la Atenas clásica todavía se conservaban resquicios de la responsabilidad familiar sobre sus miembros.

[2]: De hecho, en Olimpia existía un robledal sagrado que nos remonta a los orígenes indoeuropeos comunes de ambos pueblos. Por otro lado, en el ámbito mesopotámico, los investigadores sospechan que la ciudad sagrada de Kish podía albergar una anfictionía pansumeria. Todo este tipo de mecanismos de coordinación entre unidades políticas independientes son un tema a investigar todavía.

[3]: Una vez más, se trata de un elemento muy antiguo: el episodio bíblico donde Dios ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac refleja que fue practicado por los hebreos; pero también lo encontramos mucho después, en época clásica, cuando los cartagineses continúan sacrificando niños; o entre los aztecas, que sacrifican a sus prisioneros -práctica que no parece común entre los celtas. También los griegos debieron realizar sacrificios humanos en época arcaica, pues la Ilíada narra cómo Agamenón hubo de sacrificar a su hija Ifigenia para proseguir el viaje hacia Troya.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Materialismo histórico y ecología cultural


Marvin Harris, en El desarrollo de la teoría antropológica, cita un párrafo muy pertinente de J. H. Steward que muestra el paralelo evidente entre su ecología cultural y la doctrina de Marx y Engels:
Primero, se debe analizar la interrelacion entre la tecnología de explotación o producción y el entorno físico [...]. En segundo lugar, se deben analizar las pautas de conducta seguidas en la explotación de un área particular por aplicación de una tecnología particular [...]. El tercer trámite consiste en averiguar en qué medida esas pautas que se siguen en la explotación del entorno físico afectan a otros aspectos de la cultura.
Naturalmente, los dos primeros pasos corresponden a la infraestructura económica: el primero a las fuerzas productivas y el segundo a las relaciones de producción. El tercero, por su parte, corresponde a las superestructuras jurídico-política e ideológica. Es curioso que exista tanta correspondencia entre ambas teorías, puesto que la antropología norteamericana de mediados de siglo trataba -supuestamente- de proporcionar un paradigma alternativo a la "ciencia soviética".

El materialismo histórico: exposición, méritos y crítica


"Muchos han sostenido que Marx estaba equivocado; muy pocos han pretendido que sus ideas deban, o puedan, ser ignoradas" - Marvin Harris, en El desarrollo de la teoría antropológica (1979).

El materialismo histórico es, probablemente, una de las corrientes historiográficas más influyentes; sólo equiparable, quizás, a la escuela de los Annales. Para abordarlo como se merece, he dividido el post en tres apartados: en primer lugar expongo sus ideas principales; en segundo lugar anoto sus méritos; y finalmente me atrevo a lanzar una crítica -constructiva, espero, aunque fuera de las coordenadas del marxismo.


I. La exposición


El marxismo, convencido de la importancia del hombre realmente existente, que permanece en un estado de lucha permanente contra las fuerzas de la naturaleza, se ocupa en primera instancia de estudiar cómo ese hombre (o mujer; en realidad ambos) obtiene sus medios de vida a partir de su entorno natural. Se trata del "proceso de trabajo", donde el individuo transforma la materia bruta de la naturaleza en un producto apto para satisfacer sus necesidades. Emplea, por un lado, su propia "fuerza de trabajo" (es decir, su energía y su creatividad) y, por el otro, una serie de herramientas de trabajo más o menos rudimentarias, que pueden oscilar desde las bifaces paleolíticas hasta las excavadoras de nuestros días.

Según el materialismo histórico, el carácter de estas "herramientas de producción" condicionará toda la vida social, por lo que debemos prestarle especial atención. Lo que distingue a cada etapa histórica, como dice Marx, "no es lo que se hace sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajo se hace", pues esto determinará las relaciones que establecen los individuos entre sí para adquirir sus propios medios de vida.

Dada una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas, el carácter mismo de estas fuerzas productivas forzará a los individuos a entablar unas determinadas "relaciones técnicas de producción". Así, la máquina de vapor y el consiguiente sistema fabril tenderán a promover la división entre trabajadores parcelarios, ocupados en un apartado muy específico del proceso de producción; y trabajadores generalistas, que se ocupan de tareas que conciernen al proceso de producción en su conjunto (p. ej. la planificación a largo plazo). Como consecuencia de esta necesidad técnica, derivada del uso de una tecnología concreta, se desarrollan unas determinadas "relaciones sociales de producción", que implican unas leyes de propiedad determinadas, y por lo tanto, una determinada posición del individuo respecto a los medios de producción y al reparto de la riqueza. Son estas relaciones las que, en última instancia, explican la existencia de clases sociales (y de lucha de clases). Pero no cabe confundir ambos tipos de relación, pues unas determinadas "relaciones técnicas de producción" pueden desarrollarse en un contexto de "relaciones sociales de producción" totalmente diferente: así, la división (técnica) entre "trabajadores parcelarios" y "trabajadores generalistas" da lugar al divorcio (social) entre trabajo y capital en el contexto del capitalismo, pero en el contexto del socialismo -según los marxistas- puede tomar la forma de una simple división de tareas entre distintos trabajadores, que por lo demás se reparten el producto de forma equitativa. No obstante, y tomando en cuenta esta precaución, sí podemos decir que a un determinado desarrollo de las fuerzas productivas corresponden unas determinadas "relaciones técnicas de producción", y que estas, a su vez, dan lugar a unas determinadas "relaciones sociales de producción". Más adelante, al hablar de las leyes de la Historia, explicaremos esta paradoja.

Todos los elementos que hemos expuesto hasta ahora conforman, en conjunto, la infraestructura económica de la sociedad: es decir, los cimientos materiales sobre los que se levantan la superestructura jurídico-política y la superestructura ideológica de una sociedad. Como dice Marx en su famoso Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859):
En la producción social de su vida, los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.
En Anti-Dühring (1878), Engels abunda en esta idea de una forma genial, contraponiendo su concepción con la del idealismo histórico:
Según esto, las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas no deben buscarse en l acabeza de los hombres, en su creciente comprensión de la verdad y de la justicia eterna, sino en las transformaciones de los modos de producción y de intercambio; no hay que buscarlas en la filosofía, sino en la economía de la época de que se trate.
En otras palabras: son las relaciones (sociales, no personales) que los individuos establecen en torno a los medios de producción con el fin de obtener sus medios de vida lo que determina la forma concreta de sus instituciones, leyes, creencias religiosas, gustos estéticos, etc.

En primer lugar cabe destacar la superestructura jurídico-política. En una sociedad de clases, su plasmación es el Estado; es decir, un conjunto de instituciones que posee el monopolio de la violencia legítima sobre un determinado territorio, y tiene la potestad para promulgar y hacer cumplir leyes. El marxismo distingue dos funciones del Estado: por un lado, una función social, que consiste en velar por la seguridad colectiva y en perseguir a los criminales; por otro lado, una función clasista, puesto que -en las sociedades estratificadas- el Estado no es más que una herramienta de la clase dominante para garantizar la explotación de la clase dominada (si bien no participa directamente en la explotación, que tiene un carácter principalmente económico). Desde esta perspectiva, el Estado sólo es la consecuencia de unas determinadas relaciones sociales de producción que, marcadas por la asimetría y la lucha de clases, requieren necesariamente la presencia de unas instituciones que garanticen la supremacía de la clase explotadora. Así, el marxismo ve en la democracia ateniense una reunión de propietarios de esclavos reunidos para garantizar la explotación de estos últimos; en la monarquía feudal, una pirámide de vasallaje constituida para oprimir a los campesinos; en el Estado capitalista, una herramienta de la burguesía para explotar al proletariado. A cada modo de producción, por tanto, corresponde un tipo de Estado determinado (y podríamos añadir: una forma determinada de guerra); el combate de la arena política no es más que un reflejo de la lucha de clases librada en torno a los medios de producción. Donde no existen clases sociales, sin embargo, el Estado no existe, es superfluo: su función social es ejercida por la comunidad de un modo conjunto, y su función clasista desaparece; este es el caso de los cazadores-recolectores bajo el "comunismo primitivo", cuyas leyes consuetudinarias son ejecutadas de modo compartido. Algo similar debería suceder, según el marxismo, después de la revolución socialista.

Por último, nos encontramos con la superestructura ideológica. Como dice un historiador, esta vez no marxista, la ideología "es un filtro peculiar a través del cual una sociedad se ve a sí misma y al resto del mundo, un conjunto de ideas y símbolos que explica la naturaleza de la sociedad, define cuál ha de ser su forma ideal y justifica los actos que llevan hasta ella" (Kemp, 1989). En otras palabras: la ideología tiene una función adaptativa; no consiste en un conocimiento objetivo y verificable (es decir, cienetífico) sino más bien en concepciones subjetivas que se derivan, en última instancia, de las condiciones económicas de existencia. La ideología es el pegamento de la sociedad -lo que le da especial relevancia en las sociedades clasistas, donde tiene la misión de enmascarar la explotación. Sin embargo, no cabe pensar en la ideología como un producto consciente de la clase dominante con el objetivo de perpetuar su dominación: en gran parte es el resultado inconsciente de su propia visión de la sociedad, que está determinada por el lugar que ocupa en relación a los medios de producción. Así, sus vivencias se transmiten en forma indirecta a la clase dominada (a través de los relieves, de los templos, de la prensa, etc.), que termina por interiorizar un mismo sistema de creencias y valores, empatizando con sus explotadores y aceptando unas mismas reglas de juego.

A su vez, dentro de la superestructura ideológica podemos distinguir dos niveles. Por un lado, el nivel de los sistemas de ideas-representaciones sociales, que abarca las ideas políticas, jurídicas, morales, religiosas, estéticas y filosóficas; es decir, la ideología en sentido estricto -que no tiene por qué tomar un cuerpo estructurado y coherente. Por otro lado, el nivel de los sistemas de actitudes-comportamientos sociales, que consiste en "el conjunto de hábitos, costumbres y tendencias a reaccionar de una determinada manera" (Harnecker, 1969).

Todo el conjunto que acabamos de describir, formado por los tres niveles de infraestructura económica, superestructura jurídico-política y superestructura ideológica constituye el llamado "modo de producción", es decir, el sistema social en su totalidad. Así, encontramos el modo de producción esclavista, donde a partir de las relaciones amo-esclavo se levanta la organización de la polis o del imperio clásico, con sus respectivas manifestaciones artísticas y filosóficas; pero también el modo de producción feudal, el modo de producción capitalista, etc., cada uno de los cuales posee sus propias leyes de desarrollo interno que lo conducen a la destrucción, dando paso a la etapa siguiente.

De ese modo, llegamos por fin a las famosas leyes de la Historia en términos marxistas. Como proclama orgullosamente Engels ante el féretro de su amigo y colaborador: "Igual que Darwin descubrió la ley de la evolución en la naturaleza orgánica, Marx descubrió la evolución en la historia humana " (citado en Harris, 1979). De modo que nadie mejor que Marx para explicar cómo opera esta teoría de la evolución histórica (1859):
Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.
Aquí tenemos, ni más ni menos, las leyes que rigen el tránsito desde un modo de producción a otro y, por lo tanto, la evolución de toda la Historia humana en general. Imbuido de la dialéctica hegeliana, Marx considera que cada modo de producción tiende desarrollar ciertas contradicciones internas, donde una "antítesis" (las fuerzas productivas, vinculadas a una clase social emergente) se contrapone a una "tesis" previa (es decir, las relaciones de producción establecidas, presididas por la clase social dominante), dando lugar a una lucha de clases que finaliza con la "síntesis": un modo de producción nuevo y superior que incorpora elementos del modo de producción anterior.

La aplicación más común de este modelo es el tránsito del capitalismo al socialismo (lo que no es casual): el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo tiende a concentrar la producción en unas pocas manos -la burguesía-, al tiempo que el proceso de trabajo está cada vez más socializado -en manos de un proletariado industrial cada vez más numeroso. La contradicción entre unas fuerzas productivas que requieren del trabajo colectivo y unas relaciones de producción que se fundamentan en la propiedad privada de los medios de producción (con las consiguientes crisis cíclicas, depauperación, etc.), tiende a precipitar la transición hacia el socialismo en forma de revolución proletaria, donde la colectivización de los medios de producción vuelve a restablecer el equilibrio. Otro ejemplo, esta vez menos atinado, lo constituye el tránsito desde el feudalismo al capitalismo: el desarrollo del comercio y la manufactura tienden a topar con la traba de las relaciones feudales de producción (servidumbre, mayorazgos, monopolio gremial, aranceles internos, etc.), de forma que la burguesía termina por abolir el feudalismo y establecer unas nuevas relaciones sociales de producción más acordes con el desarrollo de las fuerzas productivas -el capitalismo.

Esta es, en definitiva, la teoría marxista acerca del desarrollo histórico. Plagada de errores y puntos oscuros, continúa siendo, no obstante, uno de los paradigmas más audaces que se ha lanzado en esta disciplina.


II. Los méritos

Personalmente debo confesar que, aunque no comparto muchas de sus conclusiones, siento cierta admiración por la labor pionera de Marx y Engels. Como el post ya se está haciendo demasiado largo, citaré brevemente las que, para mí, son sus principales aportaciones a la ciencia histórica:

1. Ante todo, enfocar la atención de los historiadores en lo que Marvin Harris llama "los procesos tecnoeconómicos", cuando hasta entonces lo más común eran narraciones de tipo político y militar.

2. En relación con lo anterior, explicar la sociedad como un conjunto que depende, en última instancia, de sus "condiciones materiales de existencia". Para un estudiante acostumbrado a las narraciones fragmentadas, es iluminador observar cómo Marx y Engels vinculan el gobierno de la polis griega y los sistemas clásicos de filosofía y política con las relaciones de producción esclavistas. Una perspectiva global y profunda como esa, acierte o no en la diana, es la clave para hacer de la Historia una ciencia. Probablemente se trate del primer intento serio de construir una Histoire totale, como diría Lucien Febvre medio siglo después.

3. Por otro lado, el énfasis del materialismo histórico en el estudio del "hombre realmente existente" y en los procesos inconscientes (es decir, espontáneos: aquellos que no dependen enteramente de la voluntad de los actores implicados) lo situaron muy cerca del individualismo metodológico, si bien tendió a desviarse -con nefastas consecuencias. En cualquier caso, gracias a eso pudo superar con creces la historia biográfica y la historia de las élites.

4. Por último, Marx y Engels tienen el mérito de haber comprendido que la historia avanza a distintos ritmos, en ocasiones disimétricos, que en última instancia explican los acontecimientos superficiales (guerras, revoluciones, cambios de régimen, etc.).


III. La crítica


Dividiré esta sección, a su vez, en los tres niveles básicos de análisis marxista (infraestructura económica, superestructura jurídico-política y superestructura ideológica), además de un cuarto nivel para las "leyes de evolución histórica". No obstante, como pronto se verá, no comparto este criterio de clasificación y creo que debería sufrir cambios importantes.
Como Marvin Harris, pienso que el fracaso del materialismo histórico se debe a dos influencias nefastas: por un lado, la dialéctica hegeliana; y por el otro, el comunismo decimonónico, que tendió a subordinar la ciencia a los compromisos políticos de Marx y Engels.

1) La infraestructura económica. El materialismo histórico subraya con cierta lógica el vínculo entre fuerzas productivas y relaciones de producción, pero es incapaz de explicar cómo evolucionan las fuerzas productivas en sí mismas, que son tratadas como una "variable independiente" sobre la que se sostiene todo el sistema. Marx consideraba que esta evolución era fruto del conocimiento y el trabajo intergeneracional, pero no atisba qué factores influyen a la hora de acelerar o estancar este proceso. Por su parte, Engels, en una carta a Starkenburg (25 de febrero de 1894), se limita a afirmar que la ciencia y los avances de la técnica dependen de las necesidades sociales, algo naturalmente cierto pero demasiado vago. Un análisis más profundo debería incorporar la demografía, la presión sobre los recursos o las condiciones institucionales. Así, la agricultura y el consiguiente instrumental neolítico son una respuesta a la necesidad de producir más energía per capita en un contexto de presión demográfica. Del mismo modo, la protoindustrialización holandesa (s. XVII) o la Revolución industrial inglesa (s. XVIII) no pueden entenderse sin aducir a la existencia de instituciones representativas que garantizan unos derechos de propiedad seguros y, por lo tanto, alientan las relaciones de intercambio diferidas en el tiempo y el espacio; requisito indispensable para la producción intensiva en capital. El marxismo, sencillamente, pasa por alto todo eso.

Por otro lado, es incomprensible que Marx y Engels apenas presten atención a la geografía y al medioambiente como elementos relevantes de la infraestructura económica. En gran parte, estos dos factores son la auténtica "variable independiente" de la infraestructura, que explica tanto el carácter inicial de las fuerzas productivas -que no son más que una adaptación al medio ambiente- como, en última instancia, muchos aspectos de la cultura -organización familiar, etc. Como dice Julius Steward en Theory of Cultural Change (1955):

Así, las sociedades equipadas con arcos, lanzas, trampas y otras estratagemas de caza pueden ser diferentes entre ellas debido a la naturaleza del terreno y de la fauna. Si la caza principal existe en grandes manadas, tales como bisontes o caribús, existe una ventaja en la caza cooperativa, y considerable número de pueblos pueden permanecer juntos durante todo el año (...). Sin embargo, si la caza no es migratoria, ocurre en grupos pequeños y separados; es mejor que cacen pequeños grupos de hombres que conozcan bien su territorio (...). En cada caso, el repertorio cultural de estratagemas de caza puede ser más o menos el mismo, pero, en el primer caso, la sociedad estará formada por grupos de varias familias o linajes, como entre los atapascos y los algonquinos de Canadá y probablemente los cazadores de bisontes de las Praderas, y en el segundo caso estará formada probablemente por linajes patrilineales localizados o grupos, como entre los bosquimanos (...).
Además, como la geografía determina la rentabilidad y los usos que puede darse a las distintas unidades de terreno, condiciona enormemente los patrones de poblamiento, los límites y la extensión de los sistemas económicos y sociales, de los estados, etc. Marx y Engels hablan de los modos de producción como si se desarrollaran fuera del espacio, pero esto transmite una imagen poco realista de lo que en realidad sucede. Así, el modo de producción asiático se desarrolla en las llanuras irrigadas, donde los Estados 'civilizados' (Egipto, China, Mesopotamia, etc.) basan su poder en la gestión de las infraestructuras hidráulicas necesarias para la subsistencia de la población. Sin embargo, fuera de tal marco geográfico, las comunidades de aldea, los montañeses y los pastores nómadas escapan al poder de los estados y de las relaciones económicas que representan, incluso cuando reconocen formalmente su autoridad: se trata de los hombres rudos de los montes Zagros, que cíclicamente invaden la llanura mesopotámica; de los gasca, que amenazan el corazón del imperio hitita; o de los pastores del Sinaí que en períodos de hambruna invaden el Delta del Nilo, acompañados de sus familias y de sus bienes. Los hombres libres están a salvo en el desierto y la montaña: la baja productividad, la escasa densidad de población y la propia orografía del terreno imponen costes muy altos a la extensión de los estados y, por lo tanto, de las civilizaciones y los modos de producción. Así, las montañas de Irán se someten mal a Alejandro Magno, lo mismo que los cántabros y astures a Octavio Augusto, todo lo cual constriñe la expansión del "modo de producción esclavista". Igualmente, los eslavos resisten al imperio otomano desde los Balcanes; y los musulmanes andalusíes, aparentemente rendidos desde 1492, conservan su independencia en las montañas de Granada hasta casi su expulsión en 1609.

Cualquier enfriamiento o calentamiento del clima, al modificar la rentabilidad de las distintas unidades de terreno, puede desembocar en auténticos movimientos de población que generen cambios significativos en los modos de vida. Esto fue lo que sucedió en el siglo XII a. C., cuando el margen de las tierras fértiles se abandona, los Estados civilizados retroceden y los nómadas del desierto, la montaña o el mar cobran protagonismo por un tiempo, subvirtiendo la estructura social. Se trata de la crisis del Bronce reciente, que puso fin al Imperio Nuevo egipcio, a la civilización micénica, al imperio hitita y a las ciudades-estado cananeas (Biblos, Ugarit, etc.). Cuando el agua vuelva a su cauce, el "modo de producción palatino" estará herido de muerte. Por tanto, no despreciemos la geografía, como hace Stalin (1946), simplemente porque su evolución sea de apariencia lenta.

Por otro lado, aunque es cierto que las fuerzas productivas son un factor importante para explicar las relaciones de producción, el materialismo histórico define demasiado estrechamente el término "producción", y de ello se derivan errores importantes. Si entendemos que la producción consiste en crear todo aquello que sirva para saciar una necesidad humana vital para la supervivencia, deberíamos incluir la tecnología de seguridad y defensa como parte de la "producción", antes que como parte de la superestructura jurídico-política. De lo contrario, el materialismo histórico será incapaz de entender por qué la aparición del carro de guerra ligero, en la Edad del Bronce reciente, dio lugar a cambios tan importantes en la estructura social. Esta "revolución tecnológica" disminuyó la eficacia de los ejércitos ciudadanos, de forma que los monarcas tendieron a reducir su política populista en beneficio de una nueva aristocracia guerrera, los maryannu (conductores de carros), a quienes otorgaron tierras y poder político a cambio de servicios militares. Así, una transformación en la tecnología militar tendió a modificar aspectos importantes de la estructura política y económica de Egipto, Mitanni, Hatti, la Babilonia cassita, etc. En la misma línea, la aparición del estribo, como vimos en El feudalismo como orden espontáneo,
daría lugar a importantes transformaciones sociales: en los ejércitos, el peso relativo de la caballería aumentaría, gracias a su incrementada fuerza de choque, y las fuerzas de infantería, compuestas por profesionales o ciudadanos-soldado, caerían en desuso. La posibilidad de juramentos mutuos entre los campesinos para la defensa de sus aldeas, o la competencia entre caballeros para captar vasallos y servidores (como de hecho, sucedió en varias regiones localizadas) se vio truncada: existían importantes economías de escala en la provisión de defensa, y la necesidad de extensas áreas cultivadas para sufragar el equipo y entrenamiento de caballero presionaron fuertemente sobre los recursos de la Europa medieval.
En mi opinión, la infraestructura debería perder su carácter estrictamente económico para englobar todos los aspectos relevantes que influyen en las condiciones materiales de existencia, especialmente: a) La geografía, es decir, la relación del hombre con el medio; b) La tecnología militar y las relaciones de defensa y seguridad; y c) los modos de reproducción. Dado que, como dice Marvin Harris, "nuestra capacidad de producir niños es mayor que nuestra capacidad de obtener energía para ellos", la tecnología y las prácticas empleadas para aumentar, limitar y mantener el tamaño de la población son relevantes.

También sería conveniente revisar dónde se sitúa la organización familiar en el esquema, puesto que el propio Engels es incapaz de resolver la cuestión en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Quizá sería más apropiado, como propone el materialismo cultural de Marvin Harris, establecer un nivel intermedio entre la infraestructura económica y la superestructura donde quepan la organización familiar, económica y política.

Por último, si aceptamos que la organización política no es una función de las relaciones sociales de producción sino que, más bien, constituye una parte de esas mismas relaciones de producción (las que conciernen a la seguridad, la defensa y, en ocasiones, otros servicios), es muy posible que no se dedique únicamente a garantizar la explotación de una clase por otra, sino que juegue un papel decisivo (y autónomo) en la configuración de las relaciones de producción económicas. El propio Marx reconocía que el sistema de manufactura requería de la intervención estatal para divorciar el trabajo del capital y concentrar los medios de producción en un círculo reducido de individuos, lo que cuadra mal con su esquema general. Sin embargo, el análisis puede ir mucho más allá: una vez el Estado se hace necesario, dado un nivel tecnológico determinado, los individuos que gobiernan el Estado tenderán a llevar a cabo intercambios políticos, económicos y fiscales con el fin de aumentar y garantizar su excedente, así como para perpetuar su situación. Así, los monarcas modernos tenderán a conceder privilegios a largo plazo con el fin de obtener ingresos fiscales a corto plazo, requisito imprescindible para las campañas militares; de esa forma contribuirán a la aparición de relaciones de producción capitalistas. Del mismo modo, los monarcas de la Edad del Bronce tardío tenderán a conceder grandes lotes de tierra a los maryannu a cambio del servicio militar, propiciando la depauperación del campesinado. No es un proceso consciente, ni está motivado por la solidaridad de clase de los gobernantes con los explotadores; se trata de un resultado no intencionado de los pactos que la clase dirigente establece para beneficio de sí misma con los diferentes actores sociales.

2) La superestructura jurídico-política. Como hemos visto, el Estado no es una agencia al servicio de la clase dominante, como propone el marxismo, sino más bien una clase en sí misma que tiende a perpetuarse por diversos medios. El motivo de ello es sencillo: dado que el Estado nace a causa de la necesidad de coordinar ciertas actividades que, en un determindo contexto tecnológico, no pueden realizarse por otros medios (o si pueden, de forma notablemente menos eficiente), los individuos que gobiernan el Estado tienen sus propias preocupaciones e intereses, diferentes (aunque no incompatibles) de las preocupaciones e intereses de los individuos de la "clase dominante" en sentido económico. Es más, en ocasiones la secuencia es exactamente al revés de como predice el materialismo histórico. Por ejemplo, en Mesopotamia la clase gobernante precede a la clase económica dominante, puesto que inicialmente la mayor parte de las tierras son de los templos, los palacios y las comunidades de aldea. De acuerdo con nuestra perspectiva, la necesidad de coordinar las infraestructuras hidráulicas en esta región propició la aparición del Estado; y este, una vez consolidado (siglos después, de hecho), propició la aparición de toda una clase terrateniente, comercial y financiera.

La distinción marxista entre la función social y la función clasista del Estado es totalmente artificial. Como dijimos antes, si existe una función social del Estado de la que dependa la supervivencia de la comunidad, entonces éste pertenece a la infraestructura. En cuanto a la función clasista, caben dos objeciones importantes. En primer lugar, tenemos la evidencia histórica de que el Estado precede y propicia la aparición de clases sociales económicas: no sólo en Mesopotamia sino también en la actualidad, cuando las barreras de entrada, los privilegios y los subsidios masivos a las grandes empresas han distorsionado enormemente tanto las relaciones de producción como la distribución de la riqueza. En segundo lugar, otorgar demasiado protagonismo al clasismo como la función principal del Estado olvida su carácter adaptativo. Así, el conflicto con otras comunidades itálicas jugó un papel esencial en la solución del conflicto patricio-plebeyo en Roma; del mismo modo que en la Europa del siglo XX el conflicto con la Unión Soviética ha jugado un papel esencial en la solución de la lucha de clases. Dicho en otros términos: el Estado tiene incentivos en modificar la estructura social si con ello puede garantizar su supervivencia frente al exterior. La nobilitas patricio-plebeya, los repartos de tierras, el Estado del bienestar y el sindicalismo subvencionado son buenos ejemplos de ello.
Esto quiere decir que en un contexto conflictivo es muy poco probable que el Estado desaparezca, aun cuando las clases sociales en sentido marxista hayan desaparecido, a menos que ocurran cambios tecnológicos que hagan más eficiente la coordinación aestatal (Manuel Castells considera que ese momento ha llegado con Internet, pero es imposible pronunciarse con certeza).

Por otro lado, el materialismo histórico permanece completamente ignorante en cuanto al tamaño del Estado; se limita a afirmar que cada modo de producción implica formas de Estado determinadas, como la ciudad-estado, el imperio o el Estado burgués, sin ahondar más allá. Parece evidente que la geografía, la tecnología, la organización y la ideología son, en este punto, más importantes que las relaciones de producción, como demuestra el hecho de que Summer y la Grecia clásica, o el Imperio hispánico y el Imperio otomano, hayan mantenido unidades políticas de tamaño similar bajo condiciones de producción muy diferentes. O que Mesopotamia y Egipto, Grecia y Roma, bajo relaciones de producción muy similares, hayan dado lugar a unidades políticas de tamaño muy diferente. En este punto me remito a Los procesos de integración y dispersión política, donde tratamos de introducir esta cuestión a partir de la teoría de la organización de Ronald Coase.

3) La superestructura ideológica. En principio, el marxismo considera que esta no hace sino reflejar las condiciones económicas de existencia, justificándolas para beneficio de la clase social dominante -si bien le concede cierta autonomía, dentro de unos límites. Marx, en La ideología alemana (1845), dice:
Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se representan todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento material.
En Anti-Dühring, Engels (1878) corrobora esta interpretación:
La estructura social de la sociedad constituye en cada caso el fundamento real a partir del cual hay que explicar en última instancia toda la superestructura (...) así como los tipos de representación religiosa, filosófica y de otra naturaleza, de cada período histórico.
Hoy podríamos precisar que la ideología, aunque producto de la creatividad humana, está sujeta a importantes costos que se derivan de las condiciones materiales de existencia (no estrictamente económica); costos que, en última instancia, operan en el sentido de seleccionar a las ideologías menos costosas. Por ejemplo, dado un determinado contexto ecológico y tecnológico, la ideología relativa a la reproducción y los métodos anticonceptivos se enfrentará con los costes y beneficios relativos de aumentar o reducir la población: si un aumento demográfico disminuye la productividad marginal del trabajo (y por tanto, el consumo de energía por individuo), existirán beneficios en promover los anticonceptivos, y viceversa. No obstante, como pueden existir ideologías distintas que impliquen costes y beneficios similares, sociedades que viven bajo condiciones materiales idénticas pueden dar lugar a ideologías ligeramente diferentes. Eso, además de dar amplio margen para la creatividad, explicaría la evolución multilineal de la ideología en todas sus manifestaciones (consuetudinaria, política, religiosa, filosófica, artística, etc.).

A su vez, como pueden existir "ideologías neutras", en el sentido de no implicar costes y beneficios significativos, es posible que éstas se perpetúen a lo largo de muchas generaciones a pesar de los cambios en la base material. Y lo que es más: es posible que, fuera del contexto donde nacieron, se erijan en costos o beneficios respecto a las estructuras económicas y políticas. Ese podría ser el caso de la ideología militarista e imperialista que, originada sin duda en la Europa medieval y moderna, desempeñó un papel significativo en el imperialismo de los siglos XIX y XX.

En este punto, el gran error del materialismo histórico ha sido conceder a la economía una importancia excesiva respecto a otras condiciones materiales. Sus partidarios, que han querido ver en la Reforma protestante una "revuelta espiritual de los capitalistas" contra la Iglesia católica (institución feudal y terrateniente por excelencia), son incapaces de explicar por qué las regiones más desarrolladas a inicios del siglo XVI, el norte de Italia y los Países Bajos del sur, permanecieron fieles al catolicismo, mientras que regiones pobres como Escocia y el este de Alemania abrazaron el protestantismo. Sin duda, una explicación coherente debe tomar en cuenta el nacimiento de los Estados-nación, el papel del emperador o las pervivencias culturales de tiempo largo (Fernand Braudel advierte que el mapa del catolicismo, limitado al norte por el Rin y el Danubio, coincide con las áreas de romanización más intensa; sólo Irlanda y Polonia escapan a esta regla).

4) Las leyes de la Historia. Para el materialismo histórico, como hemos visto en la exposición, la historia evoluciona a partir del conflicto entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. Las fuerzas productivas tienden a modificarse más rápido que las relaciones de producción, entrando en contradicción con estas últimas y dando lugar a la lucha de clases. Finalmente, la clase dominante es derrocada, se subvierten las relaciones sociales de producción y, en última instancia, toda la superestructura jurídico-política e ideológica.

No obstante, se trata de una generalización apresurada de las condiciones que, en apariencia, se estaban desarrollando en la sociedad industrial cuando Marx redactaba sus escritos.

Así, no existe ninguna transformación significativa en las fuerzas productivas que explique la aparición del Neolítico (al contrario de lo que sugiere el nombre, inicialmente se utilizaron las mismas herramientas que durante el epipaleolítico), ni del modo de producción esclavista, ni del modo de producción asiático, ni del modo de producción feudal. Sólo el modo de producción capitalista puede vincularse con una innovación tecnológica: la máquina de vapor, y aún así el propio Marx reconoció la importancia de los factores políticos a la hora de divorciar el trabajo del capital y concentrar los medios de producción en pocas manos. Igualmente, en Miseria de la filosofía trataba de vincular el molino de viento con la aparición del feudalismo; pero el primero es, sin duda, muy posterior a la consolidación de las relaciones feudales. En cambio, guarda silencio acerca de las modificaciones tecnológicas y organizativas en el ámbito militar, apesar de jugar un papel esencial en muchas transformaciones sociales.

El término "contradicción" es una personificación que carece de valor científico; los fenómenos sociales no se contradicen más que en la cabeza del investigador. Igualmente, la existencia de contradicciones no implica que que estas deban resolverse, y mucho menos que desemboquen necesariamente en una "síntesis" superior (síntesis que no hay forma de medir, mesurar ni falsar).

La lucha de clases, que sería el síntoma de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, apenas juega un papel significativo en la transición de unos modos de producción a otros: así, el esclavismo no sucumbió por la revuelta de los esclavos, sino por los rendimientos decrecientes inherentes a la obtención de esclavos a través de la guerra (cada nueva conquista hace más costosa la conquista ulterior). La aparición de nuevas clases sociales -señores y campesinos- será consecuencia, y no causa, de la decadencia del esclavismo. Por otro lado, Marx menciona a lo largo de sus escritos otras manifestaciones de lucha de clases que no están directamente relacionadas con las relaciones de producción (por ejemplo, el conflicto entre patricios y plebeyos).

Además, la evidencia histórica demuestra que un modo de producción no tiene por qué evolucionar de forma unilineal, como supone el marxismo. Por ejemplo, el feudalismo se transformó con rapidez en Holanda e Inglaterra, donde daría lugar al capitalismo; mientras que Polonia quedará anclada todavía por mucho tiempo en un gobierno feudal. El resultado depende de la estrategia que sigan los distintos actores sociales, y de pervivencias que hunden sus raíces más allá del modo de producción inmediato. En Formaciones económicas precapitalistas, Marx, que esboza un principio de modelo multilineal, parece reconocer este hecho, pero no vuelve a aparecer en ulteriores trabajos. Sin duda, su lucha política lo convenció de la conveniencia de presentar la historia como una evolución unívoca hacia el comunismo.

En mi opinión, el materialismo histórico ha menospreciado la influencia de la geografía y la demografía, además de plantear mal varios aspectos de la interacción entre economía, política e ideología. La dinámica interna del poder, que explica muchos rasgos del esclavismo, del modo de producción asiático e incluso del capitalismo, ha sido completamente ignorada; lo mismo que los cambios climáticos y las consiguientes modificaciones en la rentabilidad del suelo, desplazamientos de población y crisis, que explican la decadencia del "modo de producción palatino" del Bronce final.

C'est fini.

sábado, 5 de febrero de 2011

El gran movimiento de nuestro siglo


Desde el descubrimiento de América, el Atlántico ha pasado de ser un apéndice del Mediterráneo a convertirse en la arteria líquida del gran comercio internacional: Lisboa, Sevilla y Amberes; más tarde Amsterdam y Londres, fueron eclipsando, paulatinamente, el protagonismo de viejas ciudades mercantiles como Génova, Venecia o Barcelona. Algo lógico, si pensamos que, a largo plazo, Norteamérica y Europa se convertirán en las civilizaciones más ricas y productivas del planeta. Ya en el siglo XIX, la 'invasión' de productos agrícolas e industriales procedentes de Estados Unidos aterroriza a los terratenientes y empresarios europeos, que sin embargo continúan haciendo buenos negocios en los puertos de Boston y Nueva York. El Atlántico se encuentra en su Edad de oro. Pero del mismo modo que éste vino para reemplazar al Mediterráneo, ahora el Pacífico está socabando la prosperidad relativa del Atlántico; es el gran movimiento de nuestro siglo, iniciado tímidamente por los españoles en el siglo XVI, con el galéon de Manila.

Conforme la producción industrial y el nivel de vida de países como India, China o Corea del sur aumenta, los intercambios de estos países entre sí y con las costas orientales de Estados Unidos están alejando las grandes corrientes comerciales de la vieja (y anquilosada) Europa. Al calor de este desplazamiento, los puntos intermedios del tráfico marítimo se ven salpicados de pequeños estados (incluso ciudades-estado) como Singapur y Hong Kong que, relativamente autónomas respecto a los grandes Estados territoriales del interior, no dejan de recordarnos a las repúblicas italianas de la Edad Media. Sólo tenemos que reemplazar la vela latina por el motor a gasoil; los toneles y las bolsas de piel por los grandes container. Como sus homólogas medievales, son centros financieros y comerciales de escala mundial que basan su prosperidad, además de en la geografía, en una política de impuestos bajos.

Al tiempo que Europa decae en términos relativos, aplastada por el peso de las regulaciones, el fisco y la inflación, otras áreas se ven bendecidas por el nuevo rumbo de la economía-mundo. Australia, que antes creíamos en el fin del mundo, se encuentra bien situada para aprovechar la oportunidad; a largo plazo, las costas orientales de Centro y Sudamérica (y en menor medida, el área del Caribe, situada a las bocas del canal de Panamá) están llamadas a un destino similar, mientras que Mozambique, Tanzania, Kenia, Somalia o Etiopía pueden esperar que su situación se alivie a un plazo mayor, conforme la riqueza de Asia estimula su agricultura y su industria.

Los principales enigmas que rodean a este gran movimiento secular son, sin duda, dos:

1) Qué sucederá con el modelo europeo de Estado del bienestar. Puesto que la economía-mundo bascula hacia el Pacífico, la nueva distribución de la riqueza parece beneficiar a Estados relativamente menos intervencionistas, o donde la intervención estatal se enfoca hacia otros sectores. Esto, además, podría vincularse con el gran debate que existe en Estados Unidos en torno a la relación entre el Estado y el individuo, sin duda como reacción frente al programa electoral de Obama (reforma sanitaria, etc.), pero que forma parte de un conflicto más amplio entre los valores europeos y los "genuinamente americanos".

2) Qué sucederá con los países islámicos. En estos momentos, muchos de ellos se ven sacudidos por auténticas revueltas que amenazan con derrocar a sus gobiernos, y es imposible predecir en qué dirección se decantarán los acontecimientos: quizá seamos testigos de una nueva ola de islamismo que amenace el frágil equilibrio de Oriente Próximo; quizá, a largo plazo, se introduzcan reformas democráticas que garanticen cierta estabilidad institucional y permitan aprovechar su situación geográfica en la nueva economía-mundo.

Ante movimientos tan amplios sería temerario realizar cualquier predicción.