jueves, 24 de febrero de 2011

Los celtas: una aproximación


Algunos investigadores consideran que, en Historia, la comparación sincrónica y diacrónica puede sustituir al método experimental; después de todo, una muestra amplia de diferentes civilizaciones permite discernir las variables independientes, clave para entender los procesos sociales. Los celtas son una civilización especialmente fructífera en ese sentido, pues en ellos se aprecia el germen de muchos procesos e instituciones que, tiempo antes, habían culminado en la instauración de sociedades estatales en diversos puntos del globo, como Grecia e Italia.

I

En primer lugar, las definiciones. Los celtas fueron un pueblo bárbaro que, nacido al norte de los Alpes, entre los lagos suizos y el Alto Danubio, se extendió a gran parte de la Europa occidental: podemos seguir el rastro de sus carros de guerra (primero de cuatro ruedas, luego de dos) a través de la Galia, Bélgica, el norte de Italia, Britania e Irlanda, aunque también los encontramos en Hispania y, tardíamente, en Anatolia. Cronológicamente abarcan desde el siglo VIII a. C. hasta la conquista romana, finalizada en el I d. C., si bien pervivirán en la recóndita Irlanda hasta su definitiva cristianización durante la Edad Media. Su época de esplendor se sitúa entre los siglos V y IV a. C.

II

En segundo lugar, la geografía. La mayor parte del territorio celta se compone de superficies llanas, colinas de poca pendiente aptas para el cultivo, y praderas naturales, con frecuencia bañadas por caudalosos ríos. Éstos, además de fertilizar la tierra, facilitan el intercambio económico y cultural: a través del Danubio llega la influencia de los jinetes pónticos (entre ellos, los escitas), con sus carros de guerra y sus nuevas formas artísticas, al tiempo que el Ródano se convierte en la vía por excelencia de los comerciantes griegos que, asentados en Massilia (Marsella), traen el preciado vino mediterráneo a cambio de esclavos y metales preciosos, relativamente abundantes entre los celtas.









Por otro lado, las tribus asentadas en torno al Alto Danubio aprovechan su posición intermedia entre las grandes civilizaciones del Mediterráneo y la Europa nórdica para obtener grandes beneficios con el comercio del ámbar.

Continentales por excelencia, los celtas dieron la espalda al mar excepto en un punto: el estrecho Calais, aunque peligroso, vincula estrechamente a las islas británicas con los belgas y los galos del continente, que intercambian bienes, cultos, prácticas religiosas y hasta hombres (de hecho, a los druidas mismos). No obstante, el mundo céltico está mejor conectado por medios fluviales y terrestres: a pesar de los Alpes, vemos a grupos de guerreros atravesar las montañas para acudir en ayuda de los boii y los insubrii, asentados en la llanura del Po, en la batalla de Telamón (225 a. C.), al tiempo que observamos la influencia etrusca en regiones tan alejadas como Renania. Del mismo modo, el paso occidental de los Pirineos sirve a los inmigrantes para irrumpir en la meseta castellana y en la coordillera cantábrica.

III

Conforme a esto, inicialmente la mayor parte de la población vivía en cabañas dispersas a lo largo de los campos de cultivo, en muchos casos rodeadas por fosos individuales pensados para disuadir a las fieras -pues no eran un obstáculo serio para grupos humanos. Sin embargo, ya en época celta, quizás a causa del aumento de la población, los rendimientos agrícolas decrecientes y la consiguiente multiplicación de los conflictos, empiezan a surgir asentamientos fortificados en las colinas, que tienden a rodearse de varios fosos, murallas imponentes y entradas en forma de embudo. Se trata de los famosos oppida, ciudades-fortaleza donde reside el monarca acompañado de su familia, de sus sirvientes y de los artesanos.














Al contrario que en Mesopotamia, China y otras "civilizaciones hidráulicas", la geografía y el régimen de lluvias de la Europa templada ofrece pocas ventajas para la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas, lo que explica la tendencia a la descentralización en la explotación del territorio: el paisaje celta se nos presenta con una multitud de pequeñas granjas y parcelas (80 x 120 metros por término medio) dispersas a lo largo de la campiña; generalmente cerca de los oppida, a donde acude la población campesina en caso de ataques enemigos.

Cada granja familiar estaba equipada con grandes silos o tinajas para almacenar el excedente agrícola; presumiblemente con la intención de pasar el invierno y guardar las semillas para el año siguiente. Es muy probable que los grandes banquetes celtas, que tanto sorprendieron a los autores clásicos, tuvieran una función similar a la de los famosos potlatch: aunque la motivación inicial de los grupos anfitriones era señalizar su prosperidad, indirectamente permitían la redistribución del excedente agrícola y ganadero entre los invitados. Así, a largo plazo, mitigaban el riesgo de malas cosechas entre los distintos grupos, puesto que los más prósperos tenderían a compartir su excedente con los demás convocando nuevos banquetes.

IV

A partir de estas condiciones de subsistencia se erige la organización familiar, cuyo núcleo es la familia ampliada (fine, en Irlanda). Ésta vincula a los individuos a través de lazos de solidaridad que, como el potlatch, tienden a mitigar el riesgo de malas cosechas, enfermedades del ganado, etc. Podemos imaginar en su seno una economía basada en la reciprocidad, tal y como aparece en otros pueblos, donde los regalos mutuamente cancelados sustituyen a la oferta y la demanda. Las tierras pertenecen a la familia ampliada, que no puede enajenarlas, pues todo varón adulto tiene derecho a una parcela con la que sostener a su familia. En definitiva, nos hallamos ante una organización familiar basada en el control corporativo de la tierra; sobre esta base se explican el culto a los antepasados y otras creencias, que tienen como finalidad legitimar la apropiación de la tierra y reforzar la identidad del grupo. Sin duda, se trata de una articulación análoga a la que encontramos en otros pueblos indoeuropeos como la Roma arcaica, donde las tierras (heredium) pertenecen a la gens en su conjunto y son administradas por el pater familias.

Por encima de las familias ampliadas se encuentra la tribu (tuath en Irlanda), que ocupa un área bien delimitada por la topografía -ríos, montañas, etc. Como dice Henri Hubert, se trata de "la primera unidad social que se basta a sí misma", pues puede garantizar a sus miembros la defensa del territorio, al tiempo que no necesita buscar sus mujeres en el exterior.

V

Su estructura social es triple. En primer lugar encontramos a la nobleza guerrera (equites o caballeros, como los llama César), propietaria de los caballos y de los carros, que en la Galia gobierna a través de uno o más magistrados llamados vergobret. En cambio, en Bélgica, Aquitania y las Islas Británicas persiste la vieja institución de la monarquía, cuyas funciones están estrictamente limitadas por la costumbre y la religión: se encarga de convocar y liderar a las huestes tribales; organizar las empresas públicas, como la construcción de puentes y murallas; presidir las asambleas y velar por el buen funcionamiento del universo (natural y sobrenatural, a través de rituales mágico-religiosos), al tiempo que constituye una suerte de tribunal voluntario de última instancia. En cierto modo, se trata de un primus inter pares, similar al rex romano o al basileus griego.

En segundo lugar, encontramos a los druidas, una clase de magos, sacerdotes y sabios que, extraída de la nobleza, se encarga de la instrucción de los jóvenes, de las ceremonias mágico-religiosas y de otras funciones auxiliares. Son los encargados de interpretar las vísceras de los animales en los sacrificios; de conservar y transmitir la tradición oral y, en última instancia, de justificar el status quo y cohesionar a los distintos territorios del mundo celta a través de sus reuniones periódicas, como veremos más adelante.

Por debajo encontramos a la gran masa de plebeyos libres. Se trata, mayoritariamente, de agricultores y ganaderos, con frecuencia ambas cosas, que ocupan parcelas asignadas por la familia ampliada. Sin embargo, también encontramos una clase vigorosa de artesanos; se los puede encontrar en los oppida, elaborando broches, torques o zapatos para la aristocracia local; o bien en los caminos, de aldea en aldea, como fabricantes itinerantes al servicio del mejor postor. Igualmente, se aprecia una clase de mercaderes que distribuye los excedentes de comunidad en comunidad: así nos lo muestran los peajes que se establecían a lo largo de los ríos y los pasos de montaña.

Por último, encontramos un reducido grupo de personas o familias marginadas, carentes de derechos: esclavos, capturados como botín de guerra; familias desahuciadas, etc.

VI

En el apartado geográfico ya hemos visto cómo los celtas comerciaban en el Atlántico, a través del estrecho de Calais; y a lo largo de sus caudalosos ríos, como el Rin, el Danubio, el Po y el Ródano, por donde afluían las tinajas de vino, la sal, el ámbar y los metales preciosos, además de otras mercancías dedicadas a saciar la demanda regional. Es probable que parte de estos intercambios sean resultado, no de actividades mercantiles, sino de regalos mutuos entre las distintas aristocracias locales.

En cuanto al resto de la economía, cabe hacer algunas apreciaciones. La unidad básica de producción es la familia, tal y como vemos todavía en la Atenas de Pericles: las mujeres cuidan de los animales domésticos (cerdos, aves) y elaboran en casa los tejidos de lana; al tiempo que los hombres, ocupados en las actividades exteriores, proporcionan los alimentos básicos para la subsistencia (principalmente carne de buey u oveja, trigo y cebada).

Como decíamos antes, es probable que los excedentes circulasen entre las distintas familias a través de algún sistema de reciprocidad, si bien la economía céltica era capaz de sostener a una nutrida clase de artesanos y comerciantes que respondía a los estímulos del mercado: así, conocemos la existencia de artesanos itinerantes, transportistas fluviales e individuos emprendedores que, como narra la tradición irlandesa, podían cambiar fácilmente de oficio con la expectativa de mejorar sus condiciones de vida. Los trabajadores manuales disfrutaban de amplios derechos y privilegios, hasta el punto de que se intuye algún tipo de organización corporativa, similar a los collegia romanos o a los gremios medievales. Sin embargo, la descentralización política, combinada con un derecho consuetudinario relativamente homogéneo en toda la Europa celta, dejaba a los individuos una amplia libertad económica que en parte explica el status y la pericia de los artesanos célticos, inventores del tonel, la cota de malla y varias clases de herramientas.

Por otro lado, a lo largo del territorio celta se celebraban mercados y ferias periódicas, como las de Bibracte, a donde acudían las mercancías de territorios más o menos lejanos; la seguridad de los negociantes y de sus propiedades estaba garantizada por las treguas tribales y protecciones reales.

Si bien no acuñaron moneda legal hasta el siglo II a. C., los mercaderes tendieron a seleccionar espontáneamente los metales preciosos como patrón de cambio: primero en forma de lingotes de peso prefijado y, más tarde, en algunas regiones, en forma de barras-moneda, que probablemente tenían su origen en las espadas de hierro sin labrar, una mercancía que cumplía todas las funciones del dinero (gran capacidad de venta, divisibilidad, depósito de valor, etc.). No obstante, las transacciones cotidianas se realizaban a través del trueque o del patrón-ganado, como es habitual en las sociedades rurales.

VII

Legalmente, todos los hombres libres tenían un precio de honor; es decir, una valoración de su dignididad (prestigio o peso específico en la comunidad), directamente relacionado con su riqueza material, que servía para determinar la compensación que recibirían en caso de agravio. Aunque en época de la conquista romana estaban en proceso de constituirlo, los celtas desconocieron el Estado en sentido estricto. No había administración ni mecanismos públicos de cumplimiento de la ley, y la obtención de compensaciones por agravio era responsabilidad de la familia a la que pertenecían las partes enfrentadas.

Apesar de ello, los celtas [1] fueron capaces de garantizar cierta paz social a través de diversos mecanismos. En primer lugar, existía una clase de magistrados (llamados brithem en Irlanda) encargada de recitar la ley tradicional y de arbitrar en las disputas familiares. Como los linajes debían cargar en su conjunto con los costes de defender a sus agresores o vengar a sus víctimas, eran especialmente proclives a aceptar el arbitraje de los brithem, de los druidas o de los reyes. Una vez solicitado voluntariamente el arbitraje, desobedecer la sentencia judicial implicaba ser excluido de los sacrificios y privado del honor y de la sociedad normal, como bien nos dice César. Así, la responsabilidad familiar, la propia venerabilidad de la ley (y de sus ponentes) y el ostracismo eran incentivos suficientes para garantizar la estabilidad institucional.

En paralelo a los vínculos de parentesco existía la institución del clientelismo (célsine), que implicaba la asistencia armada y otros servicios por parte del cliente -normalmente, plebeyo- a su patrono -en general, noble-, a cambio de protección y ayuda material por parte del segundo, sin perder nada de su estatus independiente o de su derecho a poseer ganado y participación en la tierra. T. G. E. Powell nos advierte que esta institución, "por más que se complicara posteriormente, no debe confundirse con el feudalismo", pero es evidente que ambas responden a la misma necesidad: coordinar las actividades militares en ausencia de un Estado centralizado. Si la clientela céltica nunca fue tan opresiva como el feudalismo medieval se debe, sobre todo, a la ausencia de economías de escala: los carros de guerra se empleaban más para acudir y abandonar la batalla que para combatir en ella, y la panoplia básica, compuesta de un escudo, una espada y un par de lanzas, era accesible a todos los campesinos libres. Encontramos una situación parecida en la Roma arcaica; en la Grecia heroica de que nos habla Homero; y en el comitatus germánico.

VIII

La sociedad céltica se articula en torno a lo que Elman Service llamaría una jefatura; un estadio intermedio entre el igualitarismo de los primeros agricultores y la desigualdad bien institucionalizada de las sociedades estatales.

El origen de estas jefaturas debemos buscarlo en el crecimiento demográfico y los consiguientes conflictos fronterizos en torno a la posesión de recursos clave: las razzias periódicas, tal y como nos cuentan las fuentes, tenían como objetivo principal robar o recuperar algunas piezas de ganado, apoderarse de terrenos de pasto, etc. En ese contexto, existían fuertes incentivos para la aparición de liderazgos guerreros capaces de movilizar a la población con fines militares y de construcción defensiva (véase los oppida).

IX

Así, llegamos a uno de los aspectos más interesantes del mundo céltico: las relaciones intertribales. Con algunas novedades, estas reproducían a mayor escala las relaciones individuales que tenían lugar en el seno de la tribu: el parentesco y la clientela. Por un lado, las tribus parientes (descendientes de un antepasado común, real o ficticio) tendían a constituir alianzas frente al exterior, si bien existían pactos al margen de vínculos familiares. Así, las tres tibus gálatas de Asi Menor constituyeron una auténtica confederación tribal frente a los reinos helenísticos del área, articulándose en torno a una gran asamblea periódica celebrada en un robledal sagrado, el Drunemeton. Del mismo modo, los druidas galos se reunían en el bosque de los carnutes; y parece que en ambos casos se trataban cuestiones tanto religiosas como políticas. La institución druídica, dado su carácter pancéltico y sus reuniones periódicas a lo largo de todo el territorio, tendía a reforzar la identidad común de los celtas, estrechando vínculos entre regiones muy alejadas entre sí. Así, vemos a los britanos acoger a los refugiados galos que huían de la presión romana; a los gaesatae transalpinos cruzar los Alpes para socorrer a sus compatriotas italianos, los boii y los insubrii; o a Vercingetorix movilizar amplios contingentes de toda la Galia para combatir a Julio César. En cierto modo, el espíritu pancéltico es comparable al panhelenismo griego, cuya Anfictionía de Delos cumple un cometido similar a la asamblea de los carnutes [2]. No obstante, la forma de integración política más común consistía en pactos de clientela, donde las tribus más débiles recibían seguridad militar de las más fuertes a cambio de tributos y rehenes. De ese modo, las redes de clientela podían extenderse en épocas de crisis con cierta facilidad.

X

Finalmente, cabe hacer algunos comentarios sobre la religión. En el estadio de desarrollo de las fuerzas productivas en que se encontraban los celtas -similar al de otras sociedades antiguas, por otra parte-, los niveles de producción e incluso la propia subsistencia dependían de factores que escapaban al alcance del productor. Esa es la clave para entender toda una serie de ceremonias estacionales que, vinculadas a los ciclos agrícolas o ganaderos, daban lugar a los rituales y sacrificios druídicos. Los ríos y los lagos, divinizados, recibían periódicamente grandes ofrendas de armas y joyas, al tiempo que se aplacaba a los dioses de la fertilidad mediante sacrificios animales y humanos (por estrangulamiento, ahogamiento o quema) [3]. Del mismo modo, Plinio nos informa con detalle acerca de un rito de la fertilidad donde los druidas, después de cortar el muérdago de los robles, sacrificaban varios toros blancos.

Aunque los autores latinos trataron de reconstruir el panteón celta por analogía al panteón grecolatino, lo cierto es que sus dioses tenían un carácter tribal. De hecho, podemos apreciar en sus guerras fronterizas cierto carácter religioso, tal y como sucedía en Summer o en la Grecia homérica: cada unidad política tiene sus propios dioses, que interceden por la comunidad humana frente a sus enemigos. Cuando varias tribus forman una confederación, los dioses tienden al sincretismo o, lo que es más común, a asimilarse con el dios de la tribu más poderosa.

Sin embargo, es cierto que existieron algunos dioses muy extendidos en todo el mundo celta: Cernunnos, Lug y Epona, entre otros. Pero no existe un panteón bien definido que, como en las civilizaciones mediterráneas, proyecte en la esfera divina la división del trabajo que impera en el ámbito urbano y terrenal; los dioses celtas aglutinan funciones muy diversas, "muestran aspectos relativos tanto a la fertilidad como a la destrucción, y pueden ser simbolizados mediante el sol y la luna tanto como con el zoomorfismo y la topografía" (Powell, 1958).

Los héroes, ocupados como sus homólogos humanos en el rapto de ganado y en los grandes banquetes, refuerzan la idea de una sociedad guerrera donde se premian las actitudes agresivas, cuyo ideal consiste en una vida corta pero brillante y llena de hechos gloriosos.

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[1]: Como otras sociedades tribales: los romanos y los griegos antes que ellos, los árabes hasta tiempos de Mahoma, etc. Por ejemplo, en las leyes de la Atenas clásica todavía se conservaban resquicios de la responsabilidad familiar sobre sus miembros.

[2]: De hecho, en Olimpia existía un robledal sagrado que nos remonta a los orígenes indoeuropeos comunes de ambos pueblos. Por otro lado, en el ámbito mesopotámico, los investigadores sospechan que la ciudad sagrada de Kish podía albergar una anfictionía pansumeria. Todo este tipo de mecanismos de coordinación entre unidades políticas independientes son un tema a investigar todavía.

[3]: Una vez más, se trata de un elemento muy antiguo: el episodio bíblico donde Dios ordena a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac refleja que fue practicado por los hebreos; pero también lo encontramos mucho después, en época clásica, cuando los cartagineses continúan sacrificando niños; o entre los aztecas, que sacrifican a sus prisioneros -práctica que no parece común entre los celtas. También los griegos debieron realizar sacrificios humanos en época arcaica, pues la Ilíada narra cómo Agamenón hubo de sacrificar a su hija Ifigenia para proseguir el viaje hacia Troya.

1 comentario:

  1. Dices que la tribu ocupa un área delimitada, ¿significa eso que tiene un monopolio territorial? Rothbard decía que los tuath eran de adhesión voluntaria, ¿deformación ideológica?

    No me ha quedado claro si los comerciantes y artesanos formaban parte de una tribu o familia extensa o eran en algún sentido independientes.

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