miércoles, 9 de febrero de 2011

El materialismo histórico: exposición, méritos y crítica


"Muchos han sostenido que Marx estaba equivocado; muy pocos han pretendido que sus ideas deban, o puedan, ser ignoradas" - Marvin Harris, en El desarrollo de la teoría antropológica (1979).

El materialismo histórico es, probablemente, una de las corrientes historiográficas más influyentes; sólo equiparable, quizás, a la escuela de los Annales. Para abordarlo como se merece, he dividido el post en tres apartados: en primer lugar expongo sus ideas principales; en segundo lugar anoto sus méritos; y finalmente me atrevo a lanzar una crítica -constructiva, espero, aunque fuera de las coordenadas del marxismo.


I. La exposición


El marxismo, convencido de la importancia del hombre realmente existente, que permanece en un estado de lucha permanente contra las fuerzas de la naturaleza, se ocupa en primera instancia de estudiar cómo ese hombre (o mujer; en realidad ambos) obtiene sus medios de vida a partir de su entorno natural. Se trata del "proceso de trabajo", donde el individuo transforma la materia bruta de la naturaleza en un producto apto para satisfacer sus necesidades. Emplea, por un lado, su propia "fuerza de trabajo" (es decir, su energía y su creatividad) y, por el otro, una serie de herramientas de trabajo más o menos rudimentarias, que pueden oscilar desde las bifaces paleolíticas hasta las excavadoras de nuestros días.

Según el materialismo histórico, el carácter de estas "herramientas de producción" condicionará toda la vida social, por lo que debemos prestarle especial atención. Lo que distingue a cada etapa histórica, como dice Marx, "no es lo que se hace sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajo se hace", pues esto determinará las relaciones que establecen los individuos entre sí para adquirir sus propios medios de vida.

Dada una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas, el carácter mismo de estas fuerzas productivas forzará a los individuos a entablar unas determinadas "relaciones técnicas de producción". Así, la máquina de vapor y el consiguiente sistema fabril tenderán a promover la división entre trabajadores parcelarios, ocupados en un apartado muy específico del proceso de producción; y trabajadores generalistas, que se ocupan de tareas que conciernen al proceso de producción en su conjunto (p. ej. la planificación a largo plazo). Como consecuencia de esta necesidad técnica, derivada del uso de una tecnología concreta, se desarrollan unas determinadas "relaciones sociales de producción", que implican unas leyes de propiedad determinadas, y por lo tanto, una determinada posición del individuo respecto a los medios de producción y al reparto de la riqueza. Son estas relaciones las que, en última instancia, explican la existencia de clases sociales (y de lucha de clases). Pero no cabe confundir ambos tipos de relación, pues unas determinadas "relaciones técnicas de producción" pueden desarrollarse en un contexto de "relaciones sociales de producción" totalmente diferente: así, la división (técnica) entre "trabajadores parcelarios" y "trabajadores generalistas" da lugar al divorcio (social) entre trabajo y capital en el contexto del capitalismo, pero en el contexto del socialismo -según los marxistas- puede tomar la forma de una simple división de tareas entre distintos trabajadores, que por lo demás se reparten el producto de forma equitativa. No obstante, y tomando en cuenta esta precaución, sí podemos decir que a un determinado desarrollo de las fuerzas productivas corresponden unas determinadas "relaciones técnicas de producción", y que estas, a su vez, dan lugar a unas determinadas "relaciones sociales de producción". Más adelante, al hablar de las leyes de la Historia, explicaremos esta paradoja.

Todos los elementos que hemos expuesto hasta ahora conforman, en conjunto, la infraestructura económica de la sociedad: es decir, los cimientos materiales sobre los que se levantan la superestructura jurídico-política y la superestructura ideológica de una sociedad. Como dice Marx en su famoso Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859):
En la producción social de su vida, los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.
En Anti-Dühring (1878), Engels abunda en esta idea de una forma genial, contraponiendo su concepción con la del idealismo histórico:
Según esto, las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas no deben buscarse en l acabeza de los hombres, en su creciente comprensión de la verdad y de la justicia eterna, sino en las transformaciones de los modos de producción y de intercambio; no hay que buscarlas en la filosofía, sino en la economía de la época de que se trate.
En otras palabras: son las relaciones (sociales, no personales) que los individuos establecen en torno a los medios de producción con el fin de obtener sus medios de vida lo que determina la forma concreta de sus instituciones, leyes, creencias religiosas, gustos estéticos, etc.

En primer lugar cabe destacar la superestructura jurídico-política. En una sociedad de clases, su plasmación es el Estado; es decir, un conjunto de instituciones que posee el monopolio de la violencia legítima sobre un determinado territorio, y tiene la potestad para promulgar y hacer cumplir leyes. El marxismo distingue dos funciones del Estado: por un lado, una función social, que consiste en velar por la seguridad colectiva y en perseguir a los criminales; por otro lado, una función clasista, puesto que -en las sociedades estratificadas- el Estado no es más que una herramienta de la clase dominante para garantizar la explotación de la clase dominada (si bien no participa directamente en la explotación, que tiene un carácter principalmente económico). Desde esta perspectiva, el Estado sólo es la consecuencia de unas determinadas relaciones sociales de producción que, marcadas por la asimetría y la lucha de clases, requieren necesariamente la presencia de unas instituciones que garanticen la supremacía de la clase explotadora. Así, el marxismo ve en la democracia ateniense una reunión de propietarios de esclavos reunidos para garantizar la explotación de estos últimos; en la monarquía feudal, una pirámide de vasallaje constituida para oprimir a los campesinos; en el Estado capitalista, una herramienta de la burguesía para explotar al proletariado. A cada modo de producción, por tanto, corresponde un tipo de Estado determinado (y podríamos añadir: una forma determinada de guerra); el combate de la arena política no es más que un reflejo de la lucha de clases librada en torno a los medios de producción. Donde no existen clases sociales, sin embargo, el Estado no existe, es superfluo: su función social es ejercida por la comunidad de un modo conjunto, y su función clasista desaparece; este es el caso de los cazadores-recolectores bajo el "comunismo primitivo", cuyas leyes consuetudinarias son ejecutadas de modo compartido. Algo similar debería suceder, según el marxismo, después de la revolución socialista.

Por último, nos encontramos con la superestructura ideológica. Como dice un historiador, esta vez no marxista, la ideología "es un filtro peculiar a través del cual una sociedad se ve a sí misma y al resto del mundo, un conjunto de ideas y símbolos que explica la naturaleza de la sociedad, define cuál ha de ser su forma ideal y justifica los actos que llevan hasta ella" (Kemp, 1989). En otras palabras: la ideología tiene una función adaptativa; no consiste en un conocimiento objetivo y verificable (es decir, cienetífico) sino más bien en concepciones subjetivas que se derivan, en última instancia, de las condiciones económicas de existencia. La ideología es el pegamento de la sociedad -lo que le da especial relevancia en las sociedades clasistas, donde tiene la misión de enmascarar la explotación. Sin embargo, no cabe pensar en la ideología como un producto consciente de la clase dominante con el objetivo de perpetuar su dominación: en gran parte es el resultado inconsciente de su propia visión de la sociedad, que está determinada por el lugar que ocupa en relación a los medios de producción. Así, sus vivencias se transmiten en forma indirecta a la clase dominada (a través de los relieves, de los templos, de la prensa, etc.), que termina por interiorizar un mismo sistema de creencias y valores, empatizando con sus explotadores y aceptando unas mismas reglas de juego.

A su vez, dentro de la superestructura ideológica podemos distinguir dos niveles. Por un lado, el nivel de los sistemas de ideas-representaciones sociales, que abarca las ideas políticas, jurídicas, morales, religiosas, estéticas y filosóficas; es decir, la ideología en sentido estricto -que no tiene por qué tomar un cuerpo estructurado y coherente. Por otro lado, el nivel de los sistemas de actitudes-comportamientos sociales, que consiste en "el conjunto de hábitos, costumbres y tendencias a reaccionar de una determinada manera" (Harnecker, 1969).

Todo el conjunto que acabamos de describir, formado por los tres niveles de infraestructura económica, superestructura jurídico-política y superestructura ideológica constituye el llamado "modo de producción", es decir, el sistema social en su totalidad. Así, encontramos el modo de producción esclavista, donde a partir de las relaciones amo-esclavo se levanta la organización de la polis o del imperio clásico, con sus respectivas manifestaciones artísticas y filosóficas; pero también el modo de producción feudal, el modo de producción capitalista, etc., cada uno de los cuales posee sus propias leyes de desarrollo interno que lo conducen a la destrucción, dando paso a la etapa siguiente.

De ese modo, llegamos por fin a las famosas leyes de la Historia en términos marxistas. Como proclama orgullosamente Engels ante el féretro de su amigo y colaborador: "Igual que Darwin descubrió la ley de la evolución en la naturaleza orgánica, Marx descubrió la evolución en la historia humana " (citado en Harris, 1979). De modo que nadie mejor que Marx para explicar cómo opera esta teoría de la evolución histórica (1859):
Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.
Aquí tenemos, ni más ni menos, las leyes que rigen el tránsito desde un modo de producción a otro y, por lo tanto, la evolución de toda la Historia humana en general. Imbuido de la dialéctica hegeliana, Marx considera que cada modo de producción tiende desarrollar ciertas contradicciones internas, donde una "antítesis" (las fuerzas productivas, vinculadas a una clase social emergente) se contrapone a una "tesis" previa (es decir, las relaciones de producción establecidas, presididas por la clase social dominante), dando lugar a una lucha de clases que finaliza con la "síntesis": un modo de producción nuevo y superior que incorpora elementos del modo de producción anterior.

La aplicación más común de este modelo es el tránsito del capitalismo al socialismo (lo que no es casual): el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo tiende a concentrar la producción en unas pocas manos -la burguesía-, al tiempo que el proceso de trabajo está cada vez más socializado -en manos de un proletariado industrial cada vez más numeroso. La contradicción entre unas fuerzas productivas que requieren del trabajo colectivo y unas relaciones de producción que se fundamentan en la propiedad privada de los medios de producción (con las consiguientes crisis cíclicas, depauperación, etc.), tiende a precipitar la transición hacia el socialismo en forma de revolución proletaria, donde la colectivización de los medios de producción vuelve a restablecer el equilibrio. Otro ejemplo, esta vez menos atinado, lo constituye el tránsito desde el feudalismo al capitalismo: el desarrollo del comercio y la manufactura tienden a topar con la traba de las relaciones feudales de producción (servidumbre, mayorazgos, monopolio gremial, aranceles internos, etc.), de forma que la burguesía termina por abolir el feudalismo y establecer unas nuevas relaciones sociales de producción más acordes con el desarrollo de las fuerzas productivas -el capitalismo.

Esta es, en definitiva, la teoría marxista acerca del desarrollo histórico. Plagada de errores y puntos oscuros, continúa siendo, no obstante, uno de los paradigmas más audaces que se ha lanzado en esta disciplina.


II. Los méritos

Personalmente debo confesar que, aunque no comparto muchas de sus conclusiones, siento cierta admiración por la labor pionera de Marx y Engels. Como el post ya se está haciendo demasiado largo, citaré brevemente las que, para mí, son sus principales aportaciones a la ciencia histórica:

1. Ante todo, enfocar la atención de los historiadores en lo que Marvin Harris llama "los procesos tecnoeconómicos", cuando hasta entonces lo más común eran narraciones de tipo político y militar.

2. En relación con lo anterior, explicar la sociedad como un conjunto que depende, en última instancia, de sus "condiciones materiales de existencia". Para un estudiante acostumbrado a las narraciones fragmentadas, es iluminador observar cómo Marx y Engels vinculan el gobierno de la polis griega y los sistemas clásicos de filosofía y política con las relaciones de producción esclavistas. Una perspectiva global y profunda como esa, acierte o no en la diana, es la clave para hacer de la Historia una ciencia. Probablemente se trate del primer intento serio de construir una Histoire totale, como diría Lucien Febvre medio siglo después.

3. Por otro lado, el énfasis del materialismo histórico en el estudio del "hombre realmente existente" y en los procesos inconscientes (es decir, espontáneos: aquellos que no dependen enteramente de la voluntad de los actores implicados) lo situaron muy cerca del individualismo metodológico, si bien tendió a desviarse -con nefastas consecuencias. En cualquier caso, gracias a eso pudo superar con creces la historia biográfica y la historia de las élites.

4. Por último, Marx y Engels tienen el mérito de haber comprendido que la historia avanza a distintos ritmos, en ocasiones disimétricos, que en última instancia explican los acontecimientos superficiales (guerras, revoluciones, cambios de régimen, etc.).


III. La crítica


Dividiré esta sección, a su vez, en los tres niveles básicos de análisis marxista (infraestructura económica, superestructura jurídico-política y superestructura ideológica), además de un cuarto nivel para las "leyes de evolución histórica". No obstante, como pronto se verá, no comparto este criterio de clasificación y creo que debería sufrir cambios importantes.
Como Marvin Harris, pienso que el fracaso del materialismo histórico se debe a dos influencias nefastas: por un lado, la dialéctica hegeliana; y por el otro, el comunismo decimonónico, que tendió a subordinar la ciencia a los compromisos políticos de Marx y Engels.

1) La infraestructura económica. El materialismo histórico subraya con cierta lógica el vínculo entre fuerzas productivas y relaciones de producción, pero es incapaz de explicar cómo evolucionan las fuerzas productivas en sí mismas, que son tratadas como una "variable independiente" sobre la que se sostiene todo el sistema. Marx consideraba que esta evolución era fruto del conocimiento y el trabajo intergeneracional, pero no atisba qué factores influyen a la hora de acelerar o estancar este proceso. Por su parte, Engels, en una carta a Starkenburg (25 de febrero de 1894), se limita a afirmar que la ciencia y los avances de la técnica dependen de las necesidades sociales, algo naturalmente cierto pero demasiado vago. Un análisis más profundo debería incorporar la demografía, la presión sobre los recursos o las condiciones institucionales. Así, la agricultura y el consiguiente instrumental neolítico son una respuesta a la necesidad de producir más energía per capita en un contexto de presión demográfica. Del mismo modo, la protoindustrialización holandesa (s. XVII) o la Revolución industrial inglesa (s. XVIII) no pueden entenderse sin aducir a la existencia de instituciones representativas que garantizan unos derechos de propiedad seguros y, por lo tanto, alientan las relaciones de intercambio diferidas en el tiempo y el espacio; requisito indispensable para la producción intensiva en capital. El marxismo, sencillamente, pasa por alto todo eso.

Por otro lado, es incomprensible que Marx y Engels apenas presten atención a la geografía y al medioambiente como elementos relevantes de la infraestructura económica. En gran parte, estos dos factores son la auténtica "variable independiente" de la infraestructura, que explica tanto el carácter inicial de las fuerzas productivas -que no son más que una adaptación al medio ambiente- como, en última instancia, muchos aspectos de la cultura -organización familiar, etc. Como dice Julius Steward en Theory of Cultural Change (1955):

Así, las sociedades equipadas con arcos, lanzas, trampas y otras estratagemas de caza pueden ser diferentes entre ellas debido a la naturaleza del terreno y de la fauna. Si la caza principal existe en grandes manadas, tales como bisontes o caribús, existe una ventaja en la caza cooperativa, y considerable número de pueblos pueden permanecer juntos durante todo el año (...). Sin embargo, si la caza no es migratoria, ocurre en grupos pequeños y separados; es mejor que cacen pequeños grupos de hombres que conozcan bien su territorio (...). En cada caso, el repertorio cultural de estratagemas de caza puede ser más o menos el mismo, pero, en el primer caso, la sociedad estará formada por grupos de varias familias o linajes, como entre los atapascos y los algonquinos de Canadá y probablemente los cazadores de bisontes de las Praderas, y en el segundo caso estará formada probablemente por linajes patrilineales localizados o grupos, como entre los bosquimanos (...).
Además, como la geografía determina la rentabilidad y los usos que puede darse a las distintas unidades de terreno, condiciona enormemente los patrones de poblamiento, los límites y la extensión de los sistemas económicos y sociales, de los estados, etc. Marx y Engels hablan de los modos de producción como si se desarrollaran fuera del espacio, pero esto transmite una imagen poco realista de lo que en realidad sucede. Así, el modo de producción asiático se desarrolla en las llanuras irrigadas, donde los Estados 'civilizados' (Egipto, China, Mesopotamia, etc.) basan su poder en la gestión de las infraestructuras hidráulicas necesarias para la subsistencia de la población. Sin embargo, fuera de tal marco geográfico, las comunidades de aldea, los montañeses y los pastores nómadas escapan al poder de los estados y de las relaciones económicas que representan, incluso cuando reconocen formalmente su autoridad: se trata de los hombres rudos de los montes Zagros, que cíclicamente invaden la llanura mesopotámica; de los gasca, que amenazan el corazón del imperio hitita; o de los pastores del Sinaí que en períodos de hambruna invaden el Delta del Nilo, acompañados de sus familias y de sus bienes. Los hombres libres están a salvo en el desierto y la montaña: la baja productividad, la escasa densidad de población y la propia orografía del terreno imponen costes muy altos a la extensión de los estados y, por lo tanto, de las civilizaciones y los modos de producción. Así, las montañas de Irán se someten mal a Alejandro Magno, lo mismo que los cántabros y astures a Octavio Augusto, todo lo cual constriñe la expansión del "modo de producción esclavista". Igualmente, los eslavos resisten al imperio otomano desde los Balcanes; y los musulmanes andalusíes, aparentemente rendidos desde 1492, conservan su independencia en las montañas de Granada hasta casi su expulsión en 1609.

Cualquier enfriamiento o calentamiento del clima, al modificar la rentabilidad de las distintas unidades de terreno, puede desembocar en auténticos movimientos de población que generen cambios significativos en los modos de vida. Esto fue lo que sucedió en el siglo XII a. C., cuando el margen de las tierras fértiles se abandona, los Estados civilizados retroceden y los nómadas del desierto, la montaña o el mar cobran protagonismo por un tiempo, subvirtiendo la estructura social. Se trata de la crisis del Bronce reciente, que puso fin al Imperio Nuevo egipcio, a la civilización micénica, al imperio hitita y a las ciudades-estado cananeas (Biblos, Ugarit, etc.). Cuando el agua vuelva a su cauce, el "modo de producción palatino" estará herido de muerte. Por tanto, no despreciemos la geografía, como hace Stalin (1946), simplemente porque su evolución sea de apariencia lenta.

Por otro lado, aunque es cierto que las fuerzas productivas son un factor importante para explicar las relaciones de producción, el materialismo histórico define demasiado estrechamente el término "producción", y de ello se derivan errores importantes. Si entendemos que la producción consiste en crear todo aquello que sirva para saciar una necesidad humana vital para la supervivencia, deberíamos incluir la tecnología de seguridad y defensa como parte de la "producción", antes que como parte de la superestructura jurídico-política. De lo contrario, el materialismo histórico será incapaz de entender por qué la aparición del carro de guerra ligero, en la Edad del Bronce reciente, dio lugar a cambios tan importantes en la estructura social. Esta "revolución tecnológica" disminuyó la eficacia de los ejércitos ciudadanos, de forma que los monarcas tendieron a reducir su política populista en beneficio de una nueva aristocracia guerrera, los maryannu (conductores de carros), a quienes otorgaron tierras y poder político a cambio de servicios militares. Así, una transformación en la tecnología militar tendió a modificar aspectos importantes de la estructura política y económica de Egipto, Mitanni, Hatti, la Babilonia cassita, etc. En la misma línea, la aparición del estribo, como vimos en El feudalismo como orden espontáneo,
daría lugar a importantes transformaciones sociales: en los ejércitos, el peso relativo de la caballería aumentaría, gracias a su incrementada fuerza de choque, y las fuerzas de infantería, compuestas por profesionales o ciudadanos-soldado, caerían en desuso. La posibilidad de juramentos mutuos entre los campesinos para la defensa de sus aldeas, o la competencia entre caballeros para captar vasallos y servidores (como de hecho, sucedió en varias regiones localizadas) se vio truncada: existían importantes economías de escala en la provisión de defensa, y la necesidad de extensas áreas cultivadas para sufragar el equipo y entrenamiento de caballero presionaron fuertemente sobre los recursos de la Europa medieval.
En mi opinión, la infraestructura debería perder su carácter estrictamente económico para englobar todos los aspectos relevantes que influyen en las condiciones materiales de existencia, especialmente: a) La geografía, es decir, la relación del hombre con el medio; b) La tecnología militar y las relaciones de defensa y seguridad; y c) los modos de reproducción. Dado que, como dice Marvin Harris, "nuestra capacidad de producir niños es mayor que nuestra capacidad de obtener energía para ellos", la tecnología y las prácticas empleadas para aumentar, limitar y mantener el tamaño de la población son relevantes.

También sería conveniente revisar dónde se sitúa la organización familiar en el esquema, puesto que el propio Engels es incapaz de resolver la cuestión en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Quizá sería más apropiado, como propone el materialismo cultural de Marvin Harris, establecer un nivel intermedio entre la infraestructura económica y la superestructura donde quepan la organización familiar, económica y política.

Por último, si aceptamos que la organización política no es una función de las relaciones sociales de producción sino que, más bien, constituye una parte de esas mismas relaciones de producción (las que conciernen a la seguridad, la defensa y, en ocasiones, otros servicios), es muy posible que no se dedique únicamente a garantizar la explotación de una clase por otra, sino que juegue un papel decisivo (y autónomo) en la configuración de las relaciones de producción económicas. El propio Marx reconocía que el sistema de manufactura requería de la intervención estatal para divorciar el trabajo del capital y concentrar los medios de producción en un círculo reducido de individuos, lo que cuadra mal con su esquema general. Sin embargo, el análisis puede ir mucho más allá: una vez el Estado se hace necesario, dado un nivel tecnológico determinado, los individuos que gobiernan el Estado tenderán a llevar a cabo intercambios políticos, económicos y fiscales con el fin de aumentar y garantizar su excedente, así como para perpetuar su situación. Así, los monarcas modernos tenderán a conceder privilegios a largo plazo con el fin de obtener ingresos fiscales a corto plazo, requisito imprescindible para las campañas militares; de esa forma contribuirán a la aparición de relaciones de producción capitalistas. Del mismo modo, los monarcas de la Edad del Bronce tardío tenderán a conceder grandes lotes de tierra a los maryannu a cambio del servicio militar, propiciando la depauperación del campesinado. No es un proceso consciente, ni está motivado por la solidaridad de clase de los gobernantes con los explotadores; se trata de un resultado no intencionado de los pactos que la clase dirigente establece para beneficio de sí misma con los diferentes actores sociales.

2) La superestructura jurídico-política. Como hemos visto, el Estado no es una agencia al servicio de la clase dominante, como propone el marxismo, sino más bien una clase en sí misma que tiende a perpetuarse por diversos medios. El motivo de ello es sencillo: dado que el Estado nace a causa de la necesidad de coordinar ciertas actividades que, en un determindo contexto tecnológico, no pueden realizarse por otros medios (o si pueden, de forma notablemente menos eficiente), los individuos que gobiernan el Estado tienen sus propias preocupaciones e intereses, diferentes (aunque no incompatibles) de las preocupaciones e intereses de los individuos de la "clase dominante" en sentido económico. Es más, en ocasiones la secuencia es exactamente al revés de como predice el materialismo histórico. Por ejemplo, en Mesopotamia la clase gobernante precede a la clase económica dominante, puesto que inicialmente la mayor parte de las tierras son de los templos, los palacios y las comunidades de aldea. De acuerdo con nuestra perspectiva, la necesidad de coordinar las infraestructuras hidráulicas en esta región propició la aparición del Estado; y este, una vez consolidado (siglos después, de hecho), propició la aparición de toda una clase terrateniente, comercial y financiera.

La distinción marxista entre la función social y la función clasista del Estado es totalmente artificial. Como dijimos antes, si existe una función social del Estado de la que dependa la supervivencia de la comunidad, entonces éste pertenece a la infraestructura. En cuanto a la función clasista, caben dos objeciones importantes. En primer lugar, tenemos la evidencia histórica de que el Estado precede y propicia la aparición de clases sociales económicas: no sólo en Mesopotamia sino también en la actualidad, cuando las barreras de entrada, los privilegios y los subsidios masivos a las grandes empresas han distorsionado enormemente tanto las relaciones de producción como la distribución de la riqueza. En segundo lugar, otorgar demasiado protagonismo al clasismo como la función principal del Estado olvida su carácter adaptativo. Así, el conflicto con otras comunidades itálicas jugó un papel esencial en la solución del conflicto patricio-plebeyo en Roma; del mismo modo que en la Europa del siglo XX el conflicto con la Unión Soviética ha jugado un papel esencial en la solución de la lucha de clases. Dicho en otros términos: el Estado tiene incentivos en modificar la estructura social si con ello puede garantizar su supervivencia frente al exterior. La nobilitas patricio-plebeya, los repartos de tierras, el Estado del bienestar y el sindicalismo subvencionado son buenos ejemplos de ello.
Esto quiere decir que en un contexto conflictivo es muy poco probable que el Estado desaparezca, aun cuando las clases sociales en sentido marxista hayan desaparecido, a menos que ocurran cambios tecnológicos que hagan más eficiente la coordinación aestatal (Manuel Castells considera que ese momento ha llegado con Internet, pero es imposible pronunciarse con certeza).

Por otro lado, el materialismo histórico permanece completamente ignorante en cuanto al tamaño del Estado; se limita a afirmar que cada modo de producción implica formas de Estado determinadas, como la ciudad-estado, el imperio o el Estado burgués, sin ahondar más allá. Parece evidente que la geografía, la tecnología, la organización y la ideología son, en este punto, más importantes que las relaciones de producción, como demuestra el hecho de que Summer y la Grecia clásica, o el Imperio hispánico y el Imperio otomano, hayan mantenido unidades políticas de tamaño similar bajo condiciones de producción muy diferentes. O que Mesopotamia y Egipto, Grecia y Roma, bajo relaciones de producción muy similares, hayan dado lugar a unidades políticas de tamaño muy diferente. En este punto me remito a Los procesos de integración y dispersión política, donde tratamos de introducir esta cuestión a partir de la teoría de la organización de Ronald Coase.

3) La superestructura ideológica. En principio, el marxismo considera que esta no hace sino reflejar las condiciones económicas de existencia, justificándolas para beneficio de la clase social dominante -si bien le concede cierta autonomía, dentro de unos límites. Marx, en La ideología alemana (1845), dice:
Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se representan todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento material.
En Anti-Dühring, Engels (1878) corrobora esta interpretación:
La estructura social de la sociedad constituye en cada caso el fundamento real a partir del cual hay que explicar en última instancia toda la superestructura (...) así como los tipos de representación religiosa, filosófica y de otra naturaleza, de cada período histórico.
Hoy podríamos precisar que la ideología, aunque producto de la creatividad humana, está sujeta a importantes costos que se derivan de las condiciones materiales de existencia (no estrictamente económica); costos que, en última instancia, operan en el sentido de seleccionar a las ideologías menos costosas. Por ejemplo, dado un determinado contexto ecológico y tecnológico, la ideología relativa a la reproducción y los métodos anticonceptivos se enfrentará con los costes y beneficios relativos de aumentar o reducir la población: si un aumento demográfico disminuye la productividad marginal del trabajo (y por tanto, el consumo de energía por individuo), existirán beneficios en promover los anticonceptivos, y viceversa. No obstante, como pueden existir ideologías distintas que impliquen costes y beneficios similares, sociedades que viven bajo condiciones materiales idénticas pueden dar lugar a ideologías ligeramente diferentes. Eso, además de dar amplio margen para la creatividad, explicaría la evolución multilineal de la ideología en todas sus manifestaciones (consuetudinaria, política, religiosa, filosófica, artística, etc.).

A su vez, como pueden existir "ideologías neutras", en el sentido de no implicar costes y beneficios significativos, es posible que éstas se perpetúen a lo largo de muchas generaciones a pesar de los cambios en la base material. Y lo que es más: es posible que, fuera del contexto donde nacieron, se erijan en costos o beneficios respecto a las estructuras económicas y políticas. Ese podría ser el caso de la ideología militarista e imperialista que, originada sin duda en la Europa medieval y moderna, desempeñó un papel significativo en el imperialismo de los siglos XIX y XX.

En este punto, el gran error del materialismo histórico ha sido conceder a la economía una importancia excesiva respecto a otras condiciones materiales. Sus partidarios, que han querido ver en la Reforma protestante una "revuelta espiritual de los capitalistas" contra la Iglesia católica (institución feudal y terrateniente por excelencia), son incapaces de explicar por qué las regiones más desarrolladas a inicios del siglo XVI, el norte de Italia y los Países Bajos del sur, permanecieron fieles al catolicismo, mientras que regiones pobres como Escocia y el este de Alemania abrazaron el protestantismo. Sin duda, una explicación coherente debe tomar en cuenta el nacimiento de los Estados-nación, el papel del emperador o las pervivencias culturales de tiempo largo (Fernand Braudel advierte que el mapa del catolicismo, limitado al norte por el Rin y el Danubio, coincide con las áreas de romanización más intensa; sólo Irlanda y Polonia escapan a esta regla).

4) Las leyes de la Historia. Para el materialismo histórico, como hemos visto en la exposición, la historia evoluciona a partir del conflicto entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. Las fuerzas productivas tienden a modificarse más rápido que las relaciones de producción, entrando en contradicción con estas últimas y dando lugar a la lucha de clases. Finalmente, la clase dominante es derrocada, se subvierten las relaciones sociales de producción y, en última instancia, toda la superestructura jurídico-política e ideológica.

No obstante, se trata de una generalización apresurada de las condiciones que, en apariencia, se estaban desarrollando en la sociedad industrial cuando Marx redactaba sus escritos.

Así, no existe ninguna transformación significativa en las fuerzas productivas que explique la aparición del Neolítico (al contrario de lo que sugiere el nombre, inicialmente se utilizaron las mismas herramientas que durante el epipaleolítico), ni del modo de producción esclavista, ni del modo de producción asiático, ni del modo de producción feudal. Sólo el modo de producción capitalista puede vincularse con una innovación tecnológica: la máquina de vapor, y aún así el propio Marx reconoció la importancia de los factores políticos a la hora de divorciar el trabajo del capital y concentrar los medios de producción en pocas manos. Igualmente, en Miseria de la filosofía trataba de vincular el molino de viento con la aparición del feudalismo; pero el primero es, sin duda, muy posterior a la consolidación de las relaciones feudales. En cambio, guarda silencio acerca de las modificaciones tecnológicas y organizativas en el ámbito militar, apesar de jugar un papel esencial en muchas transformaciones sociales.

El término "contradicción" es una personificación que carece de valor científico; los fenómenos sociales no se contradicen más que en la cabeza del investigador. Igualmente, la existencia de contradicciones no implica que que estas deban resolverse, y mucho menos que desemboquen necesariamente en una "síntesis" superior (síntesis que no hay forma de medir, mesurar ni falsar).

La lucha de clases, que sería el síntoma de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, apenas juega un papel significativo en la transición de unos modos de producción a otros: así, el esclavismo no sucumbió por la revuelta de los esclavos, sino por los rendimientos decrecientes inherentes a la obtención de esclavos a través de la guerra (cada nueva conquista hace más costosa la conquista ulterior). La aparición de nuevas clases sociales -señores y campesinos- será consecuencia, y no causa, de la decadencia del esclavismo. Por otro lado, Marx menciona a lo largo de sus escritos otras manifestaciones de lucha de clases que no están directamente relacionadas con las relaciones de producción (por ejemplo, el conflicto entre patricios y plebeyos).

Además, la evidencia histórica demuestra que un modo de producción no tiene por qué evolucionar de forma unilineal, como supone el marxismo. Por ejemplo, el feudalismo se transformó con rapidez en Holanda e Inglaterra, donde daría lugar al capitalismo; mientras que Polonia quedará anclada todavía por mucho tiempo en un gobierno feudal. El resultado depende de la estrategia que sigan los distintos actores sociales, y de pervivencias que hunden sus raíces más allá del modo de producción inmediato. En Formaciones económicas precapitalistas, Marx, que esboza un principio de modelo multilineal, parece reconocer este hecho, pero no vuelve a aparecer en ulteriores trabajos. Sin duda, su lucha política lo convenció de la conveniencia de presentar la historia como una evolución unívoca hacia el comunismo.

En mi opinión, el materialismo histórico ha menospreciado la influencia de la geografía y la demografía, además de plantear mal varios aspectos de la interacción entre economía, política e ideología. La dinámica interna del poder, que explica muchos rasgos del esclavismo, del modo de producción asiático e incluso del capitalismo, ha sido completamente ignorada; lo mismo que los cambios climáticos y las consiguientes modificaciones en la rentabilidad del suelo, desplazamientos de población y crisis, que explican la decadencia del "modo de producción palatino" del Bronce final.

C'est fini.

12 comentarios:

  1. no entendi nada... es pura basofia.. jaja ntc.. xD.. ne al chile ni entendi nada... mucho texto... y ni maiz.. pero0 se te comprende... tu te esforzaste mucho. jaja

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  2. ◄◄0¬aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahy wey.!! ¬¬'.. :@

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  3. Curioso. ¿Consideras que la explicación marxista del tránsito del capitalismo al socialismo es más atinada que la del paso del feudalismo al capitalismo?

    Creo que no soy el primero que piensa que el marxismo lo que mejor explica es precisamente el paso del feudalismo al capitalismo, de hecho parece una teoría montada exclusivamente para ello. Sin embargo el tránsito al socialismo no ha ocurrido nunca (al menos no así).

    Yo creo que, aunque las acciones de los estados hayan propiciado (si no provocado) el desarrollo de la tecnología industrial y el surgimiento de la burguesía, en algún punto esas nuevas relaciones técnicas entraron en contradicción con las relaciones sociales del antiguo régimen, que se habían desarrollado en el feudalismo.

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  4. Me parece que los ejemplos del carro de guerra y del estribo no son una falsación sino una corroboración del marxismo: un cambio en la tecnología (infraestructura) provoca un cambio en la superestructura política. ¿Dice algún marxista explícitamente que la defensa no forme parte de las fuerzas productivas? Creo que la superestructura jurídico-política no se refiere tanto a la estructura tecnológica del estado (como las tecnologías de defensa y seguridad), sino a las leyes y relaciones políticas.

    De hecho, podemos distinguir entre (a) el uso de la tecnología de defensa y seguridad por parte del estado para mantener la estabilidad social (como perseguir a los criminales y defenderse de ataques externos), que forma parte de la infraestructura, y (b) su uso para oprimir a quienes ponen en peligro la posición de la clase dominante, que forma parte de la superestructura. Pero eso ya son reflexiones mías.

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    1. Me autocorrijo, veo que ya has hablado de función social y clasista del estado.

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  5. "...como demuestra el hecho de que Summer y la Grecia clásica, o el Imperio hispánico y el Imperio otomano, hayan mantenido unidades políticas de tamaño similar bajo condiciones de producción muy diferentes."

    Aquí estás cometiendo una falacia lógica. Que cada modo de producción tenga asociado un tamaño de las unidades políticas no implica que dos modos de producción distintos tengan tamaños distintos, sino que tamaños distintos tienen modos de producción distintos. Por tanto, este ejemplo no demuestra nada.

    En otras palabras, no hay nada contradictorio en que modos de producción distintos den lugar, por motivos distintos, a unas instituciones de igual tamaño.

    El siguiente ejemplo sí es correcto:

    "O que Mesopotamia y Egipto, Grecia y Roma, bajo relaciones de producción muy similares, hayan dado lugar a unidades políticas de tamaño muy diferente."

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  6. Respecto a la dialéctica, estoy de acuerdo, con un matiz. La dialéctica es un método filosófico más que un método para las ciencias sociales (o para cualquier ciencia). No es tan necesario rechazarla como ponerla al margen, donde puede ser una herramienta útil para interpretaciones filosóficas a posteriori de la historia.

    No se si has leído algo del libertarianismo dialéctico que se ha desarrollado detro del left-libertarianism:

    http://www.thefreemanonline.org/features/free-market-reforms-and-the-reduction-of-statism/

    http://www.nyu.edu/projects/sciabarra/totalfrdm/tf1.htm

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  7. Aparte de estas objeciones, estoy en general de acuerdo con el artículo. No me había percatado del error del marxismo al considerar como variable independiente la infraestructura, sin considerar las condiciones geográficas o biológicas a las que al fin y al cabo ésta se tienen que adaptar. Este error creo que Marvin Harris lo ha resuelto bastante bien.

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  8. Qué buen articulo. Yo estoy escribiendo uno más o menos en el mismo tenor y esto me ha ayudado bastante. El materialismo histórico (o dialéctico) creo que es falso en su más amplia concepción sin desacreditar las ventajas que tú muy bien has descrito, pues al aceptarlo, daríamos por sentado una tautología en la historia, un devenir dictado y sin alternativa al comunismo, algo que a todas luces me parecería ridículo.

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